Antiguamente las epidemias viajaban en carreta, es decir, por carretera. Viajaban a lomo de mula, en las arrias de los arrieros, en barco de Odesa a Marsella, y de Marsella a Cádiz, a La Habana. Allí iban los virus de antaño y sus cepas de viruela, sarampión y peste negra. No tenía prisa, pero llegaba, como hoy, a todos los rincones.
El problema actual es que los microbios viajan por aire, en la sección turista, de modo instantáneo. A las nueve de la mañana el sujeto estornuda en Madrid, a las siete de la tarde está contagiando ya a su primo en la colonia Del Valle. El nuevo viajero tiene forma (al microscopio) de corona, y de ahí su denominación.
A todo lujo, en vuelo VTP, Iberia o Aeroméxico. Lo auguró Marshall MacLuhan medio siglo atrás, el mundo sería uno y simultáneo, las distancias se extinguirían por el whatsapp que se envía de Seúl a Tapachula. Ya lo decíamos, la aeronáutica después de Lindberg estrenó el dominio de la atmósfera como un camino raudo y eficaz que apabulló al ferrocarril y los vapores.
Al ser inaugurado el también llamado “aeropuerto de la austeridad”, la metrópoli de la ciudad de México posee ahora dos aeródromos internacionales para desahogar el servicio del sempiterno “Benito Juárez” que opera a los límites de su capacidad. Ahora las instalaciones de Santa Lucía permitirán, por lo menos en el campo hipotético, el tránsito aéreo funcional.
Quien controla el aire lo controla todo. ¿Qué es lo que ha estado implorando Volodímir Zelenski hasta el cansacio? Que se declaren cerrados los cielos de Ucrania, donde a diario surcan cientos de cohetes y misiles “crucero” que impactan en los centros urbanos del país. Algo que debería declarar la OTAN –extremo en verdad peligroso– o el Consejo de Seguridad de la ONU.
Quien domina el aire domina la guerra. Eso se sabe desde 1937, cuando la legión Cóndor del ejército alemán, en apoyo a los rebeldes franquistas sublevados contra la República Española, bombardearon durante toda la noche a un pequeño poblado vasco de nombre Gernika. El villorio quedó arrasado, fue el primer bombardeo aéreo sistemático de la maquinaria de guerra, y sería la inspiración para el cuadro inmemorial de Pablo Picasso.
Lo mismo ocurriría, luego, con el bombardeo de Londres, por parte del ejército nazi, utilizando las novedosas “bombas voladoras” V-1 y V-2 (en realidad incipientes misiles) ante la derrota aérea de ésa que se dio en llamar la Batalla de Inglaterra. De lo que estamos hablando es de la lluvia de fuego bíblica, incontrolable, sobre todo ahora que los migs rusos están empleando el cohete Kinzhal, hipersónico, que alcanza los 6,000 km. por hora, que los hace inalcanzables para cualquier equipo de intercepción aérea.
El control del aire, decíamos. Comenzó con los hermanos Montglofier, hace dos siglos, cuando el aerostato impulsado por aire caliente les permitió ascender del suelo parisiense. Ha pasado el tiempo y el sueño de Ícaro está consumado. La aeronáutica es la panacea de la movilidad humana, y por ello brotan aeropuertos por doquier; como ha sido el caso del reluciente “Felipe Ángeles”, en funciones desde ayer.
La liquidación del proyecto anterior, el aeropuerto sin nombre que se estaba
edificando en el vaso de Texcoco, será cosa para las calendas. No faltaría el político del futuro (¿régimen?) que decida rescatarlo. Tres aeropuertos para la zona metropolitana de la CDMX… el actual, el AIFA, el de Texcoco recuperado. Nada es imposible para la ingeniería, máxime que la navegación aérea, dígase lo que se diga, seguirá siendo la vía por antonomasia del transporte de la especie.
Controlar los cielos, emular a las aves, convertirnos en ángeles fugaces que estamos, y dejamos de estar en Cancún, París o Sao Paulo. Como Supermán, como los astronautas de la estación internacional que ahora mismo fotografían, registran y envían imágenes de la invasión putiniana al país de los cosacos. La nueva guerra del aire.