En aquellos años, Irving Wallace no había publicado aún su exitosa novela “El Todopoderoso” (en la que el propietario de un periódico fabricaba sus propias noticias), y bandoleros famosos como “La Picuda”, “La Jaiba” y “El Tomasín operaban en territorio veracruzano. Un reportero de Xalapa tenía que entregar su información para el periódico vespertino en el que trabajaba. Ese día no había sucedido nada importante en la ciudad. Si llegaba a la redacción sin ninguna noticia se exponía a un severo regaño y tal vez hasta sería despedido por el director. El reportero estaba preocupado, necesitaba el trabajo, así que ideó un plan. Desde un teléfono público y fingiendo una voz ronca y amenazante, hizo una llamada a la policía Judicial y otra a Seguridad Pública. Una hora después llegó tranquilamente, como todos los días, a las oficinas de la Policía Judicial, ubicadas en la parte de atrás del palacio de gobierno, frente al Hotel María Victoria, y preguntó al secretario de guardia:
–¿Qué novedades hay, hermano? Está muy tranquilo todo, ¿verdad?
Con gesto adusto, el empleado de guardia se le aproximó al oído y susurró:
–Te daré unos datos pero no digas quién de los dio.
Ese mismo día el diario vespertino publicó la nota a ocho columnas:
–“Mediante llamadas anónimas, policías de Seguridad Pública y Judicial del Estado recibieron amenazas de muerte y debido a ello hubo movilización y se encuentran en estado de alerta, según fuentes extraoficiales”.
(No se les ocurra hacer algo parecido porque con la tecnología actual los descubrirán de volada e irán derechito al tambo).
UN DESEMPLEADO MÁS
Un hombre estaba angustiado. Desde hacía años se encontraba desempleado. Había desempeñado buenos cargos en empresas privadas y ahora su familia estaba en la penuria. A veces apenas tenían para una comida al día. Había recurrido a sus amigos cercanos y ninguno había podido ayudarlo a conseguir trabajo. Recibió una llamada de un antiguo conocido, quien lo citó en su oficina. Hacía algún tiempo que no se frecuentaban. Era una persona importante y ocupada.
–Hermano, hay una buena chamba y pensé en recomendarte a ti. Eres muy competente en lo tuyo. Si aceptas, dime cuánto quieres ganar y mañana mismo entras –dijo con desparpajo el viejo conocido.
–Yo acepto el sueldo que sea –respondió rápido el hombre desempleado. No estaba en condiciones de portarse exigente.
–No, amigo. Con confianza ponle una cifra. Ándale –lo apuró.
El hombre pensó en una cantidad razonable, pero se resistía a expresarla por temor a que pareciera exagerada. Estaba a punto de decirla cuando su interlocutor habló y le ofreció un sueldo tres veces más alto de lo que él pensaba pedir.
Esto le sucedió aquí en Xalapa hace unos años al papá de la Yaretzi.