Cuando la muerte lo engrandece a uno. Camelot
La muerte de Fernando Valenzuela sorprendió al mundo. Sabíamos que estaba internado y que su salud era delicada, pero no para morir, y como dijera Gabriel García Márquez: “Ahora se está muriendo gente que antes no se moría”. A Valenzuela le lloraron en el mundo del béisbol, le despidieron como a un grande, le hicieron reconocimientos propios y extraños, como la vicepresidenta Kamala Harris, que le echó sus porras en un tuit en la red. Los comentaristas, todos. Me dicen que Hugo Sánchez lloró en un programa de tv, y en el campo de pelota de Los Dodgers, su casa, las flores de la paisanada que lo despedía, comenzaron a arremolinarse que, con flores, costumbre muy mexicana, también se despide a la vida, entonces me acordé que estaba ligado a Orizaba, porque el empresario Jaime Pérez Avellá, que fue dueño del equipo Puebla de béisbol, fue quien vendió a Fernando a Los Dodgers, cuando quizá Mike Brito vino, vio y lo descubrió, como cuando Cristóbal Colon descubría América, así Mike Brito habrá dicho: allí hay uno bueno. Tom Lasorda, que fue su entrenador, alguna vez comentó que peloteros como Valenzuela llegaban cada 50 años. Muy cierto, apenas ahora casi a cumplir 50 años llega otro, un japonés que trae encantados a los americanos y asiáticos, y a la mexicanada como Valenzuela. Los comentaristas, todos exhibieron sus fotos con el gordo de Etchohuaquila. Yo debo comentar, a fuerza de decir verdad, que jamás lo vi jugar en vivo, una vez se me escapó porque Yo Mero llegaba con la familia a San Francisco, California, y en aquel viejo estadio, Candlestick Park, cuando supe que jugaban Dodgers, me metí a esa congeladora de la bahía, porque de frente pega un aire frio que cala hasta los huesos. Llegué tarde porque Valenzuela había jugado un día antes. Pero nos despertábamos y dormíamos con Valenzuela en sus juegos de liga y de Serie Mundial, y también con los de Hugo Sánchez en el Real Madrid y con Julio César Chávez, un poco después, nuestras tres grandes glorias del deporte. A su muerte de 63 años, el deporte del béisbol enlutece. La séptima entrada y el out 27 nunca llegarán más para un pitcher de los grandes. Su equipo le rendirá homenaje en el primer juego de la Serie Mundial, donde Valenzuela estuvo ligado a Dodgers hasta su muerte, pues narraba y comentaba los juegos de béisbol para los latinos y paisanos. Bien lo dijo Leonardo Da Vinci: “Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada produce una dulce muerte”.
Descanse en paz. Y ahora allá ya se encontró a Babe Ruth, otro grande como él.