Todas las elecciones son diferentes. Camelot.
Noviembre de 2016. Otoño no del patriarca. Otoño que presagia, como todos los otoños, las caídas de las hojas. Como escribiera Benedetti: “Aprovechemos el otoño, antes de que el invierno nos escombre, entremos a codazos en la franja del sol y admiremos a los pájaros que emigran”. Voy rumbo a Washington, no porque la Hillary Clinton me haya mandado a llamar (a servir al patrón, que me mandó a llamar, anteayer), sino porque así lo hice hace ocho años, en otro otoño alegre cuando el primer negro del mundo, Barack Obama, tomó los votos de los delegados, 270 de los 538 que se requieren, y ganó la Casa Blanca y el derecho a sentarse por cuatro años en el Salón Oval y trepar al Air Force One (ese no lo tiene ni Obama, dirían), luego ir a la reelección que ganó para sumar los 8 años que permite esa Constitución. Ahí les cuento que veo, pues como dice Leila Guerreiro: “la tarea de un periodista consiste en ir, ver, volver y contar”.
LA DERROTA DE HILLARY (DIA D)
Cuando a las 8 de la noche, hora que habían cerrado casillas en el Distrito de Columbia, Washington, donde escribo estas líneas desde el hotel Omni, pegado a las teles, CNN y Univisión, donde siguieron minuto a minuto los resultados que, a cada minuto, eran sorpresivos. Trump vencía voto por voto, casilla por casilla a quien era la gran favorita, y a esa hora comenzaron las bolsas del mundo a derrumbarse, las que ya estaban abiertas, y a nosotros el peso comenzaba a pujar. Fue una noche terrible, fea, infame, todos los latinos hablan de su miedo, del Muro fronterizo que este bárbaro quiere hacer, deportar a la gente y revisar el Tratado de Libre Comercio, aunque Peña lo haya apapachado, viene a darle una zurra. Al estar cerca de la Casa Blanca, pretendía ir por la noche a la celebración, pero imposible, el ánimo se fue al suelo. Hillary perdía y un twiter en su cuenta daba cuenta que iba abajo y no le alcanzaban los distritos electorales para ganar. Hay protestas por doquier, ahora mismo en Filadelfia, donde me encuentro y escribo desde un hotel Holiday Inn, frente al área de Penn, a pocos metros del puente Benjamín Franklin, hay protestas callejeras contra el triunfo de Trump, pero esto es irreversible. Ganó y ganó. Y hay varias hipótesis, los expertos de los paneles televisivos decían que el gandalla del FBI la había hecho bajar puntos, cuando hace días dijo que aún la investigaban. Van Jons, comentarista de CNN envió un mensaje que se volvió viral, tras saber que ganaba Trump. Lo tituló; “¿Ahora cómo le explico esto a mis hijos?”. Eso mismo nos dijo un taxista musulmán, al otro día en que tomamos taxi rumbo a la terminal de Unión Station, que un hijo suyo en la escuela le hacían bully y se burlaban diciéndole que, llegando Trump, se largaban del país. No se sabe cómo vaya a reaccionar este bárbaro que se volvió, en su campaña, un enemigo de México. Hay muchas razones para discurrir porqué la señora Clinton perdió, lo único que nos queda de consuelo, es que el sheriff del Condado de Maricopa, Joe Arpaio, mordió el polvo y perdió su elección. Pero en la grande hay una amenaza y un nubarrón para México y nuestros paisanos connacionales.