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Un  libro raro

Estoy leyendo un libro raro, distinto, extravagante, tal como su autor se propuso. Javier Cercas es de quien hablo. Y no es para menos. Ya desde la página 62 lo dice con todas sus letras. ¿Por qué un escritor, español, muy leído, cuyo libro (del que hablo) se encuentra casi agotado, y al mes de su primera edición ya estaba en reimpresión?

Puede darse una buena docena de respuestas, pero el inicio es suficiente: en la portada aparece, debajo de su nombre en letras gigantes, el título: El loco de Dios en el fin del mundo, y enseguida, en la página 13 el autor se confiesa: «Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso. Pero aquí me tienen, volando en dirección a Mongolia con el vicario  de Cristo en la tierra, dispuesto a interrogarle sobre la resurrección de la carne  y la vida eterna. Para eso me he embarcado en este avión; para preguntarle al papa Francisco si mi madre verá a mi padre más allá de la muerte, para llevarle a mi madre la respuesta. He aquí un loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo».

No es este escrito sobre lo que sucedió en este extravagante viaje del autor. Voy en la página 72 de las 485 que tiene. Por cierto, algo inusual cuando ahora las editoriales «grandes» exigen no sobrepasar las 200, porque los escasos lectores que hay (por lo menos en estos barriales) no soportan gruesos volúmenes… Y ni siquiera los escuálidos.

Pues bien, no es, por lo que en adelanto he vislumbrado, un libro que aleccione sobre religión. Y aun no sé si el avispado autor logró una respuesta válida y convincente de parte del papa para llevársela a su anciana y viuda madre de 90 años. Lo que ahora me tiene escribiendo de Cercas y su libro es otro asunto.

Javier Cercas narra que, estando en la capilla Sixtina, en un encuentro al que Francisco convocó y al que asistieron unos 200 artistas, se propuso, dadas sus circunstancias personales, escribir un libro «distinto y extravagante… un experimento friki, un cajón de sastre, a ser posible, un banquete con muchos platos, una locura solidaria con la demencia del loco de Dios, un experimento alegre y chiflado, un batiburrillo de géneros».

Y en esto sentí que el libro en comento estaba destinado a ser leído sin reparos ni dilación. Porque escribir excentricidades y ser solidario con la demencia y exponer a los pocos lectores algo alegre y chiflado no está ciertamente en el catálogo de las obras más leídas. Un «género» tan extravagante requiere de más atención y cuidado que cualquier otro y exige que el tema sea todo lo estrambótico posible para poder decir lo que uno quiere, burlando las circunstancias «adversas». Y más: que contenga humor auténtico, y para esto, que esté impregnado de ironía, una auténtica ironía. No burla ni sarcasmo, ironía, que es «una virtud maravillosa», la mejor manera de desenmascarar y desactivar la mentira, el engaño, la petulancia y la banalidad. Y que entienda el que pueda.

Tema, historia y trama, escenarios, personajes y acciones que, como señala Cercas en comentario a lo tratado en ese encuentro de artistas, estén empapados de la riqueza que contiene la existencia humana, con sus contradicciones y tragedias, «con una visión compleja  y multifacética de lo real», «que no confunda el arte con la propaganda ni con la pedagogía».

La literatura, y todo arte, «no puede dejar las cosas como están. Ambos las cambian, las transforman, las convierten en otras cosas, sirven para ampliar los límites de nuestra experiencia y nuestro conocimiento, y hacen que la gente piense, que esté alerta y nos recuerdan que los humanos no estamos hechos solo de luz». En la humanidad hay penas y alegrías, tragedia y gozo, placer y amistad, pobreza y abundancia, grandeza y mezquindad, libertad y agobio, democracias y tiranías, incredulidad y fe. Y todo dentro de la caja de Pandora que es el corazón humano.

La literatura y todo arte tiene que ir en la línea de la claridad, del esclarecimiento. Si retrata tragedia, dolor, pobreza, angustia, tristeza, mendicidad, locura, no cabe encono ni escarnio. En todo habrá un fondo común, tal vez esperanza, porque de humanos se trata y en todos hay un corazón que late con la misma persistencia.

Este es, sin duda, un libro raro.

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