*De todos los derechos de las mujeres el más grande es el de ser Madre. Camelot.
Como todas las mañanas, lo ve despertar, lo cuida, lo apapacha y le da los alimentos mañaneros antes de irse a trabajar. Es su angelito, su ángel de la guarda y su dulce compañía. Es una madre cuyo hijo al nacer le diagnosticaron la enfermedad llamada Meningoceles Occipital, el curso natural de esta enfermedad es hacia la muerte por infección del sistema nervioso central o hacia un grado de incapacidad motora y sensitiva avanzada, que lo tiene recluido por siempre en una silla o en una cama, en otro tipo de vida, con capacidades diferentes pero con esa dulzura en la mirada de todos los niños que se sienten queridos ante el asombro de su enfermedad, el no saber por qué están postrados en esas sillas especiales, mientras otros juegan y corretean. Muy querido por su madre y sus abuelitos, uno de ellos mi amigo, José Luis. Como muchas madres veracruzanas, busca el sustento en el trabajo y todos echan montón a cuidarlo y protegerlo, mimarlo cuando la madre se ausenta a laborar. Integrarlos a la sociedad es un trabajo constante. Su abuelo me cuenta de sus hazañas, orgulloso me platica de cómo sonríe cuando le ve llegar, de cómo el ejercicio de sus terapias, de cuando un juguete hace la delicia del niño o cuando juntos en el abrazo lo acerca al televisor. De su nerviosismo cuando se siente solo y el calor de un abrazo lo revitaliza y tranquiliza. Tiene nombre y apellido, el niño se llama Mario Ángel, de 20 años. Su madre, Sonia Virginia, madre soltera, que día a día sale en busca del sustento. Tiene un trabajo desde hace años en el Hospital Regional de Veracruz de 20 de noviembre, y hoy lo recordé porque es un gran guerrero, un luchador al que la ciencia médica le dio unos meses de vida y hoy vive sus 20 años muy querido y adorado por su familia. Qué Dios lo siga cuidando. Y bendiciendo.
ESO TE VA A CURAR
Hace algunos años, en los paraolímpicos infantiles de Seattle, nueve concursantes, todos con alguna discapacidad física o mental, se reunieron en la línea de salida para correr los 100 metros planos. Al sonido del disparo todos salieron con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Todos, es decir, menos uno, que tropezó en el asfalto, dio dos maromas y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron al niño llorar, disminuyeron la velocidad y voltearon hacia atrás. Todos dieron la vuelta y regresaron,… todos. Una niña con Síndrome de Down se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo “Eso te lo va a curar”. Entonces, los nueve se agarraron de las manos y juntos caminaron hasta la meta.