Un rey escucha es un cuento magistral de Ítalo Calvino, escritor italiano cuyos 20 años de fallecimiento se cumplieron el 19 de septiembre y su cumpleaños 102 se celebra este 18 de octubre.
Se trata de un rey que vive permanentemente sentado en su trono, en el interior de su castillo, aislado del mundo y de todo trato humano. Su único contacto con todo lo que no sea él, es decir, con toda alteridad, se le da por lo que oye en su aislamiento.
En su palacio, el rey escucha las voces lejanas de una compañía de actores que ensayan una obra que versa sobre el derrocamiento de un rey. Entre sus solitarias reflexiones, el rey de pronto empieza a imaginar que aquello que representan es un adelanto de su propia suerte, de tal manera que entre realidad e imaginación se le crea una terrible confusión mental.
Escucha silbidos, silencios, ruidos, voces ininteligibles, risas y llantos, y se pregunta si acaso aquello tiene un significado que lo involucra, si lo que hay en el encadenamiento de esos sonidos y silencios hay un mensaje, alguna historia, algo que deba ser oído, algo que tiene que ver con él. Sin duda que sí, debe haberlo, porque todo lo que sucede diariamente en el palacio tiene que ver con él. Cada historia que sospecha que hay escondida hace referencia a su persona: «En el palacio nada sucede en que el rey no tenga una parte, activa o pasiva. Del indicio más leves puede extraer un auspicio cerca de su suerte».
Y mientras escucha inmóvil, el rey reflexiona y concluye que cada sonido y cada interrupción, por más pequeños que sean, confirman sus temores. Sus temores, que son cotidianos, evidentes, desastrosos. Cada eco, cada frase, cada tonada anuncia una sorpresa que se le prepara. Recela de los sonidos, pero también de los silencios. Y se pregunta porqué de pronto cesan los movimientos de los centinelas, de los cocineros. Y conjetura: tal vez sus fieles guardianes han sido capturados por los conjurados, tal vez los cocineros han sido sustituidos por envenenadores que aderezan sus comidas con cianuro…
Pero también puede ser que los peligros aniden en los cuchicheos de las gentes, en esos golpes, en el redoble de los tambores de los guardias que preparan su fusilamiento, en el trasegar de los tanques de guerra en el empedrado, en el chocar de las cacerolas con la comida envenenada. O tal vez el silencio de las tropas de guardia se debe a que el palacio ya está en manos de usurpadores que no llegan a ti «porque ya no cuentas, te han olvidado en un trono que ya no es tu trono. El desarrollo normal de la vida del palacio es señal de que el golpe de estado se ha producido, un nuevo rey se sienta en un nuevo trono, tu condena ha sido pronunciada y es tan irrevocable que no hay razón para apresurarse a cumplirla…». O quizá esos murmullos que escuchas puedan ser de tus allegados de confianza que alaban tus aciertos, pero también pueden ser críticas a tus actos, a tu desatención a los problemas del reino, a tu desidia, a tu irresponsabilidad, a tu corrupción y lo que desean y traman es tu derrota, tu caída. Y corres riesgo si intentas levantarte de tu trono, porque está presto quien lo ocupará de inmediato. Por eso estás condenado a permanecer sentado, inmóvil.
Pero, no. No alucines. Eres el rey. Todo en el palacio depende de ti. Tú has dictado leyes, normas, conductas, costumbres. Te has rodeado de incondicionales que se agachan cuando pasas, has forjado al ejército y le has dado más de lo que ha pedido, tus charlas son órdenes, tus declaraciones son sagradas, tu voz se escucha en todos los ámbitos del reino, tus deseos son sentencias. Tú controlas todo y tu pueblo te aplaude, te enaltecer, cree en ti a ciegas y te obedece sin cortapisas.
Sin embargo, estás a punto de caer: «quizá nunca has estado tan cerca de perderlo todo como ahora que crees tenerlo todo en un puño. La responsabilidad de pensar el palacio en cada detalle, de contenerlo en la mente te obliga a un esfuerzo agotador».
El pobre rey está pasmado. Su pensamiento e imaginación, su debilidad y arrogancia han excedido sus fuerzas. Y esto ha ocasionado que pierda el rumbo. No alcanza a comprender que las críticas a su reinado no son amenazas ni conjuras sino acicates para decirle que debe escuchar, que no puede permanecer inmóvil, que tiene un compromiso con miles de gentes y no puede mantenerse indeciso, paralizado y aferrado a su posición, pues esto fomentará el descontento y pronto los inconformes con su negligencia harán alianza en su contra.
Calvino cierra su relato con esta sentencia: «La obstinación en que se funda el poder nunca es tan frágil como en el momento de su triunfo».










