Orizaba, Ver.- Un conjunto excepcional de huellas humanas asociadas a rastros de megafauna extinta, localizadas en el Valle de Maltrata, perfila un escenario capaz de transformar la comprensión histórica sobre la llegada de los primeros grupos humanos al territorio mexicano. Las evidencias sugieren una ocupación mucho más antigua de lo que hasta ahora reconocen los modelos predominantes.
De acuerdo con el biólogo Jair Peña Serrano, responsable de la identificación inicial del sitio, las pisadas humanas se encuentran impresas en el mismo estrato sedimentario que conserva huellas de mamuts, tapires, perezosos gigantes, camellos, caballos y otras especies prehistóricas. Esta coincidencia indica que humanos y megafauna compartieron el valle como un corredor faunístico de alta relevancia ecológica.
Aunque las investigaciones continúan, las estimaciones preliminares sitúan la antigüedad del conjunto en alrededor de 15 mil años, con un margen que podría oscilar entre los 13 mil y los 18 mil años antes del presente. Esta cronología contrasta de forma contundente con la versión histórica más aceptada, que ubica la presencia humana en esta región hace aproximadamente 7 mil 500 años, lo que convertiría a Maltrata en un punto clave para replantear las rutas de migración temprana en el continente.
El investigador explicó que la zona, conocida como Los Tepetates, concentra una cantidad inusual de huellas fósiles. Muchas de ellas eran conocidas por habitantes del lugar desde hace décadas, aunque su origen real pasó desapercibido: durante la temporada de lluvias se llenaban de agua y eran vistas únicamente como pequeños “espejos” naturales. Fue a partir de observaciones realizadas en 2014 cuando comenzó su análisis formal, que culminó en 2024 con su correcta identificación, apoyada por especialistas en icnología, disciplina dedicada al estudio de huellas fósiles.
La diversidad de rastros refuerza la hipótesis de que el valle funcionó como un paso estratégico para numerosas especies durante miles de años. Peña Serrano detalló que el sitio probablemente ofrecía condiciones clave como agua disponible, áreas de descanso, alimento y refugio, lo que lo convertía en un punto de tránsito obligado. La coexistencia de animales con requerimientos ecológicos tan distintos como mamuts de ambientes abiertos y tapires vinculados a selvas y cuerpos de agua sugiere, además, que la región experimentó cambios ambientales significativos a lo largo del tiempo, un aspecto que actualmente se investiga.
Uno de los rasgos más notables del hallazgo es el extraordinario estado de conservación de las huellas. Este se explica por la naturaleza del sedimento en el que quedaron impresas: flujos de escombro cohesivos compuestos por lodo, agua, ceniza volcánica y material terrestre que, al endurecerse, permitieron la petrificación de las pisadas. A diferencia de sedimentos lacustres más frágiles, esta superficie ha resistido durante milenios el tránsito humano, el paso de animales, el uso agrícola e incluso el movimiento de vehículos.
Hasta el momento se han identificado alrededor de 16 elementos faunísticos distintos, entre ellos huellas de mamut, perezosos, tapires, leones, caballos, camellos, aves posiblemente flamencos, gliptodontes y humanos, lo que otorga al sitio un valor científico excepcional. Aunque no se han localizado restos óseos, no se descarta su eventual aparición dada la magnitud y riqueza del yacimiento.
El área será objeto de estudios especializados por parte de investigadores del INAH, la UNAM, la Universidad Autónoma de Zacatecas y la Universidad Veracruzana. En tanto avanzan los trabajos, se ha solicitado a la población evitar el ingreso a la zona para garantizar su preservación. “Estamos apenas frente a la punta del iceberg”, advirtió Peña Serrano, al subrayar que el objetivo central es construir conocimiento científico sólido que permita definir estrategias responsables de conservación y, a largo plazo, un aprovechamiento que beneficie a la comunidad de Maltrata.
Ubicado a mil 698 metros sobre el nivel del mar, el Valle de Maltrata ha sido históricamente un paso natural entre la costa del Golfo de México y el altiplano central, condición que le otorgó relevancia cultural y comercial desde tiempos prehispánicos. Hoy, ese mismo corredor vuelve a colocarse en el centro del debate, pero como una ventana al pasado más remoto de la presencia humana en México.






















