De la capucha pasaron al capirote, y ahí van los nazarenos en la procesión luciendo el luto de su cofradía (o su alianza electoral, debiéramos decir) para penitencia de la ciudadanía en espera de la enésima crucifixión. Y las saetas cantadas, un tanto anónimamente, acompañando al Cristo de la Buena Muerte… y con el retintín pegajoso del movimiento naranja, por ejemplo.
Llegamos a la semana inexistente, es decir, estos siete días que antaño fueron de mortificación y rezo, y ahora son de velocidad en las autopistas y coppertone en las playas a reventar. Sí, claro, Jesús en el Calvario y la familia chapoteando en el balneario de Palo Bolero. En medio siglo el país perdió la devoción para sumergirse en un eclecticismo pagano dizque laico. Ya no más el misticismo de las tías de Aguascalientes, porque lo de hoy es la toalla sobre las ardientes arenas de Playa Revolcadero y la cerveza con limón al ritmo de la melodía de Luis Fonsi, Despacito.
En aquel tiempo éramos llevados a visitar las iglesias, habitadas por santos y vírgenes arrebujados de morado en señal de penitencia, y lo que seguía era el ayuno y el rezo luctuoso bajo la neblina del incienso. Y los sermones aquellos, que de tan descarnados no quedaban ganas ni de tocar el balón. Pero luego…
Así ahora los tres candidatos, bueno, los 3.5 candidatos en la palestra electoral, velan sus armas para iniciar hostilidades una vez que –el Viernes Santo– dé inicio el periodo legal de los mandarriazos. Serán despiadados… “Tú robaste más”, “tú estás con los mafiosos”, “tú no miras al futuro”, “tú representas lo peor del pretérito”, “corrupto tú”, “corrupto tú”, “corrupto tú”. Será el viacrucis de los electores testimoniando imputaciones y epítetos al por mayor, porque no sólo se tratará de comicios de orden federal.
Los Iscariotes han vendido ya su conciencia. A tiempo renunciaron al partido y la militancia de años para migrar al contrario y, con la promesa de los treinta denarios, estarán cenando en la mesa del miércoles para preguntar, en su turno y con absoluta socarronería, “¿acaso seré yo, maestro?”. Pero, qué son treinta monedas, que no alcanzan para llenar un portafolios de dólares, adquirir una bodega en litigio, pagar una cisterna trasegando huachicol de madrugada. El Sanedrín está reunido, y todo habrá de consumarse en dos jornadas de mendacidad y flagelación. Caifás llevará las urnas transparentes, en su momento, y la autoridad del INE repetirá las palabras del procurador Poncio Pilatos, “que el pueblo decida, yo me lavo las manos”.
El problema es que los tiempos están demasiado revueltos y la ciudadanía más que harta cuando en realidad aún no inicia la liza electoral. Se han juntado en la ruta del Calvario para ver el paso del convicto. Ahí van las saeteras, lanzando al aire sus plegarias en lamento; ahí van los nazarenos, conspirando bajo el capirote; ahí van lo mismo Dimas que Gestas, al fin que estarán presentes para la foto final, en segundo y tercer lugar, con 260 mil votos de diferencia.
El Viacrucis, por lo demás, aún no inicia. Vendrán los mítines multitudinarios, las visitas simbólicas a Guelatao y Lomas Taurinas, las declaraciones de refundación y las promesas inalcanzables. Lucha de gladiadores en el circo, aunque a ratos más parezca el Atayde que el foro romano. A fin de cuenta lo que el respetable pide desde el graderío es la sangre derramada, y que no le hagan demasiado caso a las encuestas ni a las fake-news fabricadas en Moscú.
El ciclo se cumple y la semana inexistente -la más odiada por los oficinistas obligados a laborar hasta el miércoles santo a las 14 horas-, habrá de culminar en la crucifixión simbólica que dio origen a nuestra cultura, más o menos occidental, más o menos fincada en los testamentos. Concluirá el largo Viacrucis de la campaña legal de 90 días, y lo más probable es que, despertando de la despiadada escaramuza, el elector descubra que en el madero, crucificado, está él mismo asombrándose por esos clavos que lo ciñen al patíbulo. Sí, todo se habrá consumado… por lo menos el escándalo de las campañas.