David Martín del Campo

¡CÓMPRAME UNA COMUNISTA!

Toda niña es una madre el día que le compran su primera muñeca. “Te voy a bañar”, “¿ya quieres comer?”, “es la hora de irse a dormir”. Y así las infantas son felices en esa ilusoria maternidad, igual que los niños cuando se entrenan como políticos (o sicarios) al juguetear con sus soldaditos de plomo.

En los tiempos previos a la XBOX y otros artilugios electrónicos, estuvo la muñeca de soloy que hacía feliz a su poseedora. Y aunque el término proviene de “celuloide”, el concepto se suavizó al trasladarse al habla mexicana, no obstante que las lindas muñecas vestidas de azul eran tan combustibles como un bidón de gasolina… de ahí que nuestra herencia huachicolera provenga de esas madrecitas primigenias.

Las hubo de papel, de trapo, de porcelana, pero con la invención del vinil las muñecas se humanizaron por la flexibilidad y la textura del material. Después se irían estilizando al grado que no existe niña (casi) que no tenga en casa una Barbie al lado de su almohada. Y será el caso, hoy, con la incorporación del modelo “Frida” que la casa Mattel ha lanzado al mercado. Y ya se tardaban.

Toda figura de renombre lleva finalmente a la tentación mercantil. Quizás algún día veamos la Barbie Madonna y la Barbie Yoko Ono, la Barbie Hillary o la Barbie Margarita candidata. Será cosa de implementar los estudios de mercado (que es el modo vulgar de nombrar a las manidas encuestas).

Las niñas proyectan en sus muñecas -dirían los émulos del doctor Freud- sus deseos y frustraciones. En ese sentido la novedosa Barbie Frida viene a posibilitar el ensueño de una heroína que militó inauguralmente en el feminismo, pero que se convertiría en una artista descomunal de la plástica en México. Pero la relevancia de Frida, sobre todo, está vinculada a su existencia como una mártir vernácula… que ahora mismo explicaré.

La vida de Frida Kahlo fue un permanente Calvario pues el dolor y la enfermedad nunca la abandonaron: poliomielitis en la infancia, el accidente que a los 16 años le destrozó el útero, el desmoronamiento de la columna vertebral que la hizo depender, en sus últimos años, de fuertes dosis de opiáceos. Pero encima de todo Frida fue una santa -una santa profana, si se quiere- porque se encargó de cuidar a su padre (el fotógrafo Wilhelm Kahlo) cuando cayó en la ruina y la depresión, y fue una santa, igualmente, por soportar al demonio de su marido, el polémico Diego Rivera, que además de genial era un retobado cabrón.

Por contagio o por moda, Frida Kahlo fue una militante comunista (con simpatías con el troskismo), aunque su admiración proverbial era para el camarada José Stalin. Así que hoy, al jugar con la muñequita, las niñas recitarán mientras la arrullan… “La historia del mundo, es la historia de la lucha de clases…”

La fascinación por Frida tiene su nombre. Desde hace años la Fridomanía es una celebración paradójica, por no llamarla agridulce. Con Frida se pondera su rebeldía, su afán de lucha, su rechazo a los convencionalismos, pero al mismo tiempo su innegable talento artístico desplegado en las condiciones más adversas de la existencia, insisto, cuando el dolor y la melancolía parecían adueñarse de su existencia.

El problema, como siempre, surge por el registro y la propiedad. Ahora resulta que Frida Kahlo es una “marca” y tiene dueño. Tanto los herederos de la sobrina-nieta Isolda Pinedo Kahlo, como la empresa Frida Kahlo Corporation (FKC) se presentan como los legatarios del uso de la imagen, y que hoy arrancaría a Frida su estridentes carcajadas.

Así que mimar a la Barbie Frida podrá significar, igualmente, un acercamiento a la creación ligada al surrealismo y la magia, como fue su arte no necesariamente de corte proletario. Y si la empresa Mattel anuncia ya la aparición de otras muñequitas a partir de “mujeres inspiradoras”, habremos de coleccionar la Barbie Ana Frank, o la Juana de Arco, que son igualmente veneradas, aunque la más valiosa (o la más cara), seguirá siendo el modelo de la “Barbie Divorciada”… que se quedó con todo lo de Ken.

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