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El laberinto del lenguaje inclusivo

El tema del sexismo lingüístico es complejo y polémico porque involucra factores que no son de índole estrictamente filológica. Tiene que ver con la agenda política de los grupos feministas que ejercen presión en la sociedad y exigen una visibilización, cada vez mayor, de la mujer. Incluso, desde un punto de vista glotopolítico, podemos advertir que el feminismo ha logrado cuestionar la autoridad de la RAE y que se analice la relación entre lenguaje y dominación, la falta de representación de las mujeres y las disidencias sexuales en la cultura. Sin embargo, no es necesario forzar el lenguaje para satisfacer algunos de estos justos reclamos, ya que éste no es sexista, sino la manera de utilizarlo.

De hecho, varias lingüistas puntualizan que debemos diferenciar entre un sexismo social que se refleja en el idioma y el empleo sexista de la lengua. Por ende, el uso de un código lingüístico políticamente correcto no erradica la discriminación de la mujer, ni la empodera en los hechos. No se trata de un problema de forma, sino de fondo, el cual requiere un cambio de mentalidad para que la igualdad se haga efectiva en las prácticas sociales del lenguaje.

Recordemos que la controversia por un sistema de comunicación verbal inclusivo se intensificó cuando Carmen Calvo, vicepresidenta del gobierno ibérico, denunció el lenguaje “machista” de la Constitución y anunció su intención de encargar un peritaje a la Real Academia Española sobre la posibilidad de corregir ese texto siguiendo criterios supuestamente integradores. La respuesta de la RAE, en 2019, fue que no había nada, desde el punto de vista lingüístico, que en la Carta Magna necesitara ser corregido.

La militante feminista se inconformó ante dicho informe e hizo declaraciones sosteniendo que el lenguaje incluyente se impondrá porque concierne a la igualdad de la mujer, como si el idioma fuera objeto jurídico para cambiarse por decreto en los países de habla hispana.

Pero la polémica se recrudeció cuando la RAE explicó, en su cuenta de Twitter, el uso de la palabra «feminazi», señalando que se trata de un acrónimo de «feminista» y «nazi» que se usa con “intención despectiva con el sentido de «feminista radicalizada»”. La respuesta surgió ante la pregunta de la cuenta @antifeminaziiiz, que sostenía una discusión con otra usuaria de la citada red social respecto al tema de la despenalización del aborto en Argentina, el uso del lenguaje incluyente y la validez de la palabra «feminazi».

Ante la lluvia de críticas, la RAE aclaró que únicamente habían expresado dicho comentario como contestación a una consulta sobre el origen de este neologismo, que se documenta en el uso, mas no recogen sus publicaciones, y añadió que la palabra no se encuentra en el diccionario.

Sumado a lo anterior, en el Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispánica, se considera innecesaria la inclusión del doble género. Es decir, “todos y todas”, así como el uso del llamado “lenguaje inclusivo” que utiliza “x”, “@” o “e” en lugar del plural, es decir, “todxs”, “tod@s” o “todes” (difíciles de pronunciar, por cierto), o voces como «miembras» que son idiotismos cuya supuesta marca de género incluyente es ajeno a la morfología del español. De manera que no sólo es cuestión de cambiar letras o símbolos en las palabras, para reflejar mayor paridad de género. Lo mismo sucede con «elle», pronombre de uso no generalizado creado para aludir a quienes puedan no sentirse identificados con ninguno los dos géneros tradicionalmente existentes. Este vocablo estuvo brevemente en el Observatorio de Palabras de la RAE, pero, debido a la confusión que generaba su presencia en dicha plataforma, se prefirió retirar, temporalmente, la entrada.

Además, los estudios filológicos han demostrado que las propuestas del lenguaje igualitario, en general, van en contravía del principio de la economía lingüística, especialmente, cuando proponen el uso de recursos perifrásticos, como la duplicación, que exigen un mayor procesamiento articulatorio y cognitivo para la producción y comprensión por parte de los hispanohablantes.

Al contrario, Concepción Company, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, de convicción feminista, afirmó, en entrevista para Milenio (2019), que la mayoría de las lenguas en el mundo no tienen mecanismos para desdoblar hombre y mujer, para codificar lo masculino y lo femenino. El lenguaje incluyente, además de elitista con sectores como los pueblos indígenas, es una cortina de humo que oculta los verdaderos problemas del machismo en nuestro país. Esto lo aprovechan, por ejemplo, los políticos para dar una falsa imagen de promotores de la equidad de género, al menos, en el discurso. La lengua retomará su rumbo cuando la sociedad cambie.

En ese sentido, se debe reconocer que la transformación social genera cambio lingüístico y no a la inversa. En el mejor de los casos, el cambio lingüístico provoca modificaciones en las actitudes colectivas frente a la lengua, que incidirán en cambios sociales cuando la comunidad los acepte (Lakoff, 1975).

Luego entonces, la equidad de género no se propicia mediante un lenguaje no sexista, sino por acciones concretas orientadas a salvaguardar la igualdad de oportunidades; erradicar la violencia y los feminicidios; denunciar la misoginia y la discriminación; el reconocimiento de la diversidad sexual y de género, y atender las demandas de los movimientos feministas. Sin embargo, como señala Mario Vargas Llosa, no se puede desnaturalizar profundamente el lenguaje en nombre de un feminismo mal entendido, es decir, por razones ideológicas.

Asimismo, es necesaria la congruencia colectiva para promover cambios lingüísticos razonables y pertinentes que no atenten contra la propiedad idiomática, ya que, si se desprestigia el idioma, se denigra también su contexto. El género es un accidente gramatical y está vinculado, sin duda, a la evolución etimológica y morfosintáctica de nuestra lengua, la cual puede encontrar alternativas a las actuales formas de comunicación androcéntricas, consensuadas por el sector académico. Mientras tanto, se debe resignificar que el auténtico empoderamiento de la mujer trasciende el plano cultural y al lenguaje mismo.

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