Cuando la historia y la sinrazón chocan, la historia siempre pierde. Camelot.
Hace cosa de menos de un mes, un morenista escribió que no era tiempo de traer los restos de Porfirio Díaz, como si él mismo fuera el hombre que decidiría la última palabra. Todos sabemos que en tiempos de comunistas, los dictadores como Díaz salen sobrando, vanaglorian a los cubanos y venezolanos y nicaragüenses y rusos, pero los nuestros nanais. la historia ni siquiera voltea verlos, menos con ese huracán tabasqueño, que pasó y dejó un Tsunami alborotador.
¿Cuál Díaz traer a casa?, preguntan los historiadores, el Díaz de las grandes obras, o el de la dictadura y crímenes. Sepultado en el cementerio Montparnasse de París, los y las mexicanas deambulan por allí, leo a Pedro Ángel Palou, escritor orizabeño, creador de la columna ‘Ni perdón ni olvido’ y escritor del libro ‘Pobre patria mía’, la novela de Porfirio Díaz. Va lo de Palou:
EL DE PALOU
“A Díaz, me queda claro, no solo parecemos haberlo perdonado sino que lo llevamos en un escondido escapulario. Las razones son curiosas: él pacificó al país –domó al tigre, en sus palabras–, el modernizó al bárbaro, nos dotó de infraestructura, cientos de calles, hospitales, escuelas, ferrocarriles. Era un adorador de la modernidad, nos la trajo. ¿Es que nos fascina el autoritarismo, la mano dura? Porque quienes así hablan olvidan el exterminio Yaqui, la inmensa pobreza, la injusta Hacienda que perpetuaba la encomienda colonial, las élites criollas y el viraje del liberal hacia la Iglesia del brazo de Carmelita Romero Rubio. Hay que cuidar el revisionismo, protegernos del olvido porque podemos perpetuar las taras que rigen nuestro sistema político. Muchas de las razones esgrimidas para perdonar a Díaz se deben a su talento político, es cierto, y a que le tocó en suerte ejercer el poder en los últimos veinte años del siglo XIX en coincidencia con la más grande expansión del capitalismo mundial. Supo ver que la modernidad ayudaría a su país, pero no supo calcular el impacto en la brecha entre ricos y pobres y perpetuó el crecimiento de las élites y el olvido de todos los otros, como ocurría en toda América Latina en ese momento. ¿Traer sus restos como quieren muchos para finalmente perdonarlo políticamente y que ingrese al Panteón Mexicano? No le veo sentido. En el Monumento a la Revolución descansan los restos de enemigos casados que se hicieron la guerra durante once años y que sólo la mitologización de nuestra historia nos permite ver como una familia. Disfuncional, pero familia. ¿O si no cómo explicar que en letras de oro en la Cámara de Diputados estén juntos Carranza, Villa y Zapata? Agregar el nombre de Díaz o lo que quede de sus maltrechos huesos solo agregaría confusión a una historia mal contada, peor revisada y siempre oficializada al mejor postor”.
Venga, pues.