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Aprendiendo de libros y música

Hace unos siete años, en el periódico El país, el escritor español Juan José Millás citó a un colega suyo, (Juan Benet (1927-1983), quien decía que «con los libros nos pasa a los seres humanos lo mismo que les pasa a los hombres con las mujeres y a las mujeres con los hombres. Desde el punto de vista del hombre, hay mujeres que nos gustan, pero que no nos interesan, y mujeres que nos interesan, pero que no nos gustan. Nos casamos cuando coinciden el interés y el gusto. Quizá sea así. En todo caso, es verdad que hay libros que nos gustan y libros que nos interesan. No podemos entregarnos solo a los que nos gustan por el mero hecho de que los entendamos. Son los que nos dan la razón, cuando lo que hay que buscar en los libros, y en los cónyuges, es que nos la quiten» (https://elpais.com/cultura/2018/06/07/babelia).

Es cosa común. Hay libros que se convierten en nuestros favoritos. Quizá sea, como dicen estos escritores, que esto se debe a que nos gustan porque los entendemos, y los entendemos porque nos dan la razón. Y recomiendan, muy serenos y sensatos, que busquemos los que no nos dan la razón, aquellos con los que no congeniamos, que nos desafían y ponen a temblar nuestras convicciones o creencias.

Tal vez sea así. Cuando leí esto y ahora que lo encuentro en el archivo, me viene a la mente (y al corazón, puesto que no solo funcionan las neuronas sino también aquel) algunos ejemplares con los que no he podido congeniar. Por caso, Cristóbal nonato y Terra nostra, de Carlos Fuentes, o el Ulises, de James Joyce. Cuando intenté leer este, hace unos 50 años, solo llegué a unas 20 páginas. Y allí quedó hasta que lo retomé, años después, y completé la lectura, pero ni así pude entender la razón por la que es venerado. También hubo aquellos otros que resultaron, es su momento, un reto. Me refiero, por ejemplo, a Pedro Páramo, de Juan Rulfo. A los 16 años y sin guía de nadie, era impensable e incomprensible. Hasta que hubo la necesidad (y un hilo de Ariadna) y se logró descifrar el laberinto, enfrentar al Minotauro y disfrutar el misterio allí escondido.

Años después, pretendí compartir esta experiencia abriendo un pequeño taller para desglosar este descubrimiento. No interesó a más de cinco. Esto indica que cada quien tiene que exorcizar sus propios diablos.

Esto que pasa con los libros, suele suceder también con otras formas de arte. La pintura o la música, por ejemplo. En esta me encuentro con un compositor cuyas obras son un reto, dado que no me han dado la razón (¿?). Se trata de Arnold Schönberg, quien decidió que el sistema armónico tonal estaba en crisis y había que superarlo. Se convirtió entonces en un músico atonal y especialmente por la creación de la técnica del dodecafonismo basada en series de doce notas, inventando la disonancia.

Ignoro todo eso de atonal, disonancia y dodecafonismo, pero me interesa saber que, además de sus dotes como pintor y compositor, era un prolífico artesano. Y ahí sí encontré a quien me entendiera y yo, un poquito a él. Pero, para su música tuve que acudir a un conocedor que tuviera un ovillo. Me recomendó escuchar La noche transfigurada, un sexteto inspirado en un poema que relata la confesión de una mujer a su amante sobre un hijo no deseado, que culmina con la aceptación del visitante inesperado. El vienés Arnold Schönberg había leído el poema cuando paseaba con su futura esposa y en aquella pieza dejó plasmados fuertes sentimientos de amor y perdón. Esto dicen los críticos. Y el oído lo comprueba.

No sé si esto también comprueba lo que dicen aquellos escritores citados al inicio. Pero lo que sí he podido aprender es que nuestro conocimiento es muy corto, y que solo abriendo la mente se puede estar en camino de alcanzar un poco más de placer estético.

Queda en mi neblina mental si todos esos libros que me han gustado tanto lo hayan sido porque pude entenderlos y he podido entenderlos porque todos me hayan dado la razón. Aunque, ciertamente, no me atraen ni me interesan aquellos que pudieran quitarme la poca razón que tengo y desperdiciarla tan miserablemente. Entre estos está algún libro de «historia»…

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