*La distancia a veces es como el viento. Camelot
En este mes de octubre, donde las lunas son más hermosas y una pandemia tiene endemoniadamente triste y acongojada a la población mundial, hartos de ver dividido al país por la gracia de un solo hombre, sin discutir de política y si los Magistrados chafearon y era mejor la Corte de Tres Patines, cuando el aislamiento nos hace ser más humanos, al menos leer mucho más, convivir un poco, escuchar la música y ver las grandes películas de Netflix, que ya forma parte de nuestra vida. En la hemeroteca de los conciertos uno puede buscar algo, cuando ya se asoman las finales del basquetbol con el gran Lebron James, y los playoffs de la Serie Mundial y ahí andan Yankees de Nueva York y Dodgers de Los Ángeles, aquel equipo que nos volvió a todos su fanáticos cuando un gordis cachetón llegó a demostrarles cómo se tiraban los scrawnbals, del cual, dijo Tom Lasorda, el entrenador, se asoma una figura así cada 50 años, Fernando Valenzuela, decían que en cada pichada se encomendaba al Patrón, cada que lanzaba a home, poquito antes elevaba su mirada al cielo, y el Patrón lo ayudaba para haber sido uno de los más grandes mexicanos en esa carpa del béisbol, vendido por el Puebla del recordado y gran empresario orizabeño, Jaime Pérez Avellá, que un día llegó con los dueños de Dodgers y Mike Brito y Tom Lasorda al lado, y les dijo: ‘Les traigo a un gran pitcher zurdo, sé que lo van a necesitar’, no solo lo necesitaron, llegó a crear la Fernandomanía y México volvió a brillar en ese escenario, como una vez brilló en Europa y Madrid el gran Hugo Sánchez Márquez, en aquel Real Madrid que mal llamaron La Quinta del Buitre, cuando debió ser La Quinta de Hugo.
LA HEMEROTECA MUSICAL
Busqué en mi hemeroteca de la música y encontré dos recitales de dos grandes mexicanos, ambos conciertos en Bellas Artes, el gran Juan Gabriel y la gran Lola Beltrán, la más mexicana de las mexicanas, en el mundo la llegaron a llamar La Edith Piaf mexicana, y eso nos enorgullecía. La Piaf, llamada El Gorrión de París, tuvo una infancia muy pobre, durísima y una vida llena de quebrantos, de comenzar a cantar en las calles de París, hasta encumbrarse a los más grandes escenarios parisinos y del mundo, su muerte en 1963, con tan solo 47 años, cimbró a París y al mundo. Sepultada en el cementerio Père Lachaise, entre las 70 mil tumbas figura una lápida modesta y nada fácil de encontrar decorada con las iniciales “EP” en dorado y un par de flores, allí descansa en paz ese Ruiseñor, quizá homenajeándola con los versos de Elizabeth Fraye: “No te pares en mi tumba a llorar. No estoy ahí. Yo no duermo. Soy los mil vientos que soplan. Soy los destellos de diamante en la nieve. Soy la luz del sol sobre el maduro grano. Soy la suave lluvia de otoño cuando despiertes en la mañana silenciosa. Soy la rápida y estimulante carrera de tranquilos pájaros que vuelan en círculos. Soy las estrellas suaves que brillan por la noche. No te pares en mi tumba a llorar. No estoy ahí. Yo no morí”.
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