En la actual contingencia sanitaria que vivimos en México, además de lidiar con nuestros propios demonios en el aislamiento voluntario a que nos ha convocado el gobierno federal, a fin de reducir la velocidad de contagio del coronavirus SARS-CoV-2, así como sus indeseables consecuencias, estamos experimentando algunos fenómenos sociales que siento necesario comentar, pues conozco algo sobre ellos, toda vez que no soy epidemiólogo e ignoro los alcances de este virus a nivel mundial. Eso se lo dejo a los expertos.
Retomo, entonces, el libro Homo Deus. Breve historia del mañana, donde el autor, Yuval Noah Harari asegura que, a lo largo de miles de años, el hambre, las epidemias y las guerras fueron los tres grandes problemas de la humanidad por los que murieron millones de personas. Sin embargo, actualmente, ya no son tragedias inevitables, por el contrario, gracias al desarrollo de la tecnología y al ajedrez de la geopolítica, se han convertido en retos manejables y duramente criticados por la comunidad internacional.
Esto nos lleva, por supuesto, a la responsabilidad colectiva de los medios de comunicación y al uso (y abuso) de las redes sociales en las que, como decía Umberto Eco, cualquiera se siente experto en todo y habla de cualquier cosa, sin un espíritu crítico. Estamos frente a lo que Jorge Bucay denomina «infodemia» o epidemia de información, la cual abona, sin duda, al malestar psicosocial de la gente, dependiendo su situación personal. Y no sólo eso: desde el plano discursivo, podemos apreciar, por doquier, una inédita sobreinterpretación de la información –confiable o no-, es decir, muchas personas interpretan lo que otro interpretó, sin verificar la fuente original. Estas situaciones también ya las había vislumbrado Umberto Eco en su obra póstuma De la estupidez a la locura. Crónicas para el futuro que nos espera, en la que resignificó, por cierto, la sociedad líquida de Zygmunt Bauman que parece consolidarse con esta pandemia. Un ejemplo de esta perspectiva son los juegos de palabras vinculados a la sana distancia recomendada por las autoridades sanitarias: contigo en la distancia; juntos no, unidos sí; separados, pero juntos, etcétera, como en las modernas relaciones Living Apart Together.
Estamos en la misma tempestad epidémica, al parecer, ya en la etapa de asimilación, pero no en el mismo barco, ya que nuestras percepciones y necesidades son completamente diferentes, dependiendo la situación económica, social y hasta emocional de cada quien. Para muchos, sobrevivir al día es su lucha para no naufragar en una endeble lancha; para algunos privilegiados, es un placentero crucero de lujo desde el cual satanizan a quienes rompen la cuarentena; para otros, su problema es quererse divorciar de una pareja que ya no soportan en un velero llamado hogar; para los niños, un navío de incertidumbre y nostalgia por la escuela. Y para algunos héroes anónimos del sector salud, una moto acuática para huir de absurdas agresiones de una insensible sociedad. En fin, naveguemos en nuestras distintas embarcaciones con respeto, dignidad y, sobre todo, sin juzgar el sufrimiento o vida del otro. Por el contrario, seamos, en lo posible, solidarios y empáticos con nuestros semejantes, pues desconocemos las cicatrices que llevan en el alma.
Pero, primordialmente, que ese mar en el que naveguen nuestros frágiles barcos no esté plagado de rocas, icebergs o tsunamis de sobreinformación que sólo laceran el espíritu y nos hacen perder la calma tan necesaria en este largo viaje de alcances insospechados.