*Educados para lo peor
*Quien la hace “la paga”
*¿Víctimas de fatalidad?
Desde 1941 (prácticamente hace prácticamente 80 años) las tierras veracruzanas no registraban una temporada de sequía y elevadas temperaturas como las que en el presente año se están registrando, incluso se podría apuntar que miles de veracruzanos (¿o debería de anotar que millones?) nacieron y murieron sin haber registrado la experiencia (nada grata) de una temporada de calor tan prolongada como en el presente año estamos advirtiendo, panorama preocupante al que ahora le agregamos la espantosa pandemia por el coronavirus, que pese al avance tecnológico ha cobrado miles de muertos sobre el territorio nacional y, cientos de miles a nivel mundial.
Bajo tales escenarios, a los que resulta imposible restar los problemas sociales por deficiencias gubernamentales, como lo son pobreza y escaza oferta laboral, a lo que se suma la cadena de hechos criminales que entre asaltos, extorciones, violaciones, secuestros y asesinatos, han transformado en tierra de nadie al territorio nacional y, si algo pudiera tema dominante en México, lo sería precisamente el crimen y los bajos niveles de productividad en lo general.
Un país donde el empleo informal con endebles ingresos para el jornalero, que conjuntamente con el desempleo configuran más del 30 por ciento de la población, no podría ser calificado como realmente exitoso, mucho menos si en esos mismos marcos encuadramos los renglones circunstanciales que agigantan el decrecimiento del dinero circulante, como acontece con los escenarios de la pandemia, que precisamente por tales circunstancias se encuadra al país con escasa capacidad de maniobra, para afrontar crisis globales cuya presencia se desarrolla sin previo aviso, como lo demuestra con claridad el panorama originado por el coronavirus, pandemia que surgió en Asia y que se ha extendido prácticamente hacia todo el globo terráqueo, convierto incluso a la economía en una pandemia financiera de rangos mundiales.
Pero es significativamente importante que, en nuestro país, registremos la dolorosa experiencia del COVIT19 desde todas las perspectivas que resulten necesarias, para que realmente los mexicanos afrontemos en marcos claramente realistas las causas, los efectos y las rutas confiablemente apropiadas y científicamente definidas para transformar la terrible experiencia del coronavirus, no sólo en una lección de vida que abarque varias páginas de nuestra historia, sino que esa escalofriante lección nos induzca hacia la definición y consolidación de un nuevo país, en dónde no existan sectores carentes de recursos, con sistemas socioeconómicos así como infraestructuras suficientes y eficientes, para que todos los integrantes de la sociedad, de manera global, clara y sólidamente consistente, tengan la certeza que nadie morirá entre el abandono y el descuido en un macabro rincón hospitalario, que a nadie le arrebatarán a su niño infectado o a su padre agonizante, para transformarlos en una cifra porcentual apartados de las voces familiares, en áreas que aberrantemente se refieren como antesalas del siniestro anfiteatro, todo ante el “solemne anuncio preventivo de evitar el contagio”, pero que no evita el espantoso sufrimiento interno de la incertidumbre de una madre, que ya anticipa entre lágrimas e impotencia la fatalidad, sin ni siquiera poder deslizar sus temblorosas manos para refrescar la encendida frente del fruto de su vientre.
Debemos en éste mundo y en éstos tiempos, con imaginación, creatividad y real humanismo, encontrar las formas científicas y de infraestructura hospitalaria, agregando los más elevados rangos humanistas y de competencia médica, para que se supriman en los centros de asistencia hospitalaria los terribles escenarios de “los sentenciados a muerte”, niños, jóvenes, adultos, ancianos, que por los avances en su organismo de los efectos pandémicos, de hecho “se clasifican” como más cercanos al fuego que incinera que a la prolongación de la existencia, “realismo científico” le llaman los “súper-sabios”, agregando la expresión que en repetidas ocasiones hemos escuchado: “Debe usted estar preparado para lo peor”.
¿Y por qué mejor no estar todos preparadores “para lo mejor”?… ¿Por qué en lugar de referir prepárese usted para lo peor, le susurramos a la madre del niño agonizante “confíe usted en la posibilidad de un milagro”, porque todos los que acudimos a un médico, internamente lo hacemos para que registre “el milagro de recuperar la salud”, sobre todo si en nuestros brazos llevamos un hijo o al anciano de nuestro padre, con la esperanza que el médico le prolongue la vida, más allá del claro conocimiento de los escenarios de elevada gravedad.
De la pandemia por la que transitamos debemos protegernos al extremo, pero no obligadamente todo el que resulte contagiado es por mantener una conducta y comportamiento de irresponsabilidad, porque aún y respetando todas las normas dictadas para evitarlo, circunstancialmente y ajeno a tu conducta, el virus puede ingresar a tu organismo, por mil escenarios, por mil causas, luego entonces quien es agredido por la pandemia, es en incontable número de casos, una víctima de circunstancias totalmente ajenas a su conducta, pero a más de ello todos los contagios de alguna forma resultan circunstanciales, algunos sí originados por irreverencia hacia conductas de autoprotección, pero de igual forma se convierten en víctimas que no pueden ser sujetas a criterios médicos de exclusión, porque el renglón humanista de la medicina, debe o debería ser superior a las conductas del paciente irresponsable e inconsciente, haciendo hacia un lado la vieja referencia de que: “Quien la hace… La paga”.
Es incuestionable que las actuales generaciones de mexicanos, nunca antes habíamos registrado la experiencia de una pandemia con las dimensiones, no sólo del número de contagiados, sino de las víctimas mortales que el COVIT19 ha originado y, cuyo ritmo de acrecentamiento todos ruegan que ya finalice; los especialistas apuntan que la furia pandémica permanecerá un tiempo más, calculan que ya arribamos a la etapa más peligrosa y que, si proseguimos con el apropiado nivel de aislamiento y auto protección, la próxima etapa podría ser en los marcos de una tendencia hacia la baja, todos ruegan para que así sea, esa es la esperanza que anida entre los mexicanos.
Pero para las actuales generaciones la lección de vida o muerte deberá ser transformada en parte de nuestra cultura, misma que se debe transmitir de generación en generación, con la referencia de los orígenes pandémicos, las causas y los efectos, su trágica ruta con hechos y escenarios nítidamente referidos, porque hoy y ante el escalofriante presente por el que transcurrimos, debemos cumplir con transmitir hacia el futuro nuestros yerros, nuestros desaciertos, al igual que las atinadas determinaciones registradas en nuestro empeño por superar los horrores de la pandemia que nos lacera.
El mundo ha referido hacia la historia una nueva tragedia, que de alguna forma y por lo que sobre el tema se argumenta, no fue de origen natural, sino que aparentemente tiene sus inicios y desarrollo en los ámbitos de la manipulación humana, sea realidad o verdades a medias, se debe investigar por especialistas todo el contexto en los ámbitos del COVIT19, lo que nos sumará información valiosa para mantenerlo bajo control e incluso, si fuera posible, la posibilidad de su extinción.
Siembre los más sabios en la historia han sostenido que la ciencia debe estar ininterrumpidamente al servicio de la humanidad, tal legado debe ser solventado y reforzado con el transcurrir hacia el futuro, con la idea que la inteligencia siempre esté al servicio de todos los seres del mundo, de todos los pueblos y naciones, lo que permitirá que la tecnología se aplique invariablemente para el bien de todos los continentes, con la intención de forjar sociedades competitivas entre sí, pero aliadas en la búsqueda del bienestar universal… Ello nos conduciría realmente a un mundo de mayor productividad y confort, objetivo sin par que debiera ser la meta universal… Ni de más, ni de menos.