En Veracruz, parece que la brújula de algunos funcionarios y académicos tiene dos coordenadas favoritas: la playa y la sala de llegadas del aeropuerto. Porque mientras la inseguridad sigue sumando titulares, la economía pide auxilio y los servicios públicos se caen a pedazos, hay quienes parecen tener la agenda ocupada… pero en otro lado.
Este fin de semana, el secretario de Desarrollo Económico, Ernesto Pérez Astorga, decidió volar a Cancún. No en “priority” ni en clase ejecutiva —faltaba más—, sino en la democrática fila 19 de Viva Aerobús, junto “con el pueblo”. Casi un acto de marketing personal: el funcionario que viaja barato, pero a destinos caros. Una mezcla extraña de austeridad en el aire y lujo en tierra firme.
¿Misión oficial? ¿Inversiones hoteleras? ¿Trabajo de campo para descubrir por qué la Riviera Maya está de moda? Misterio. Lo único confirmado es que desayunó allá y lo pagó con tarjeta. Falta saber si, como Shakira, hasta la propina entrará en factura.
Porque el domingo, en el aeropuerto de Veracruz, otra figura pública apareció como quien no quiere la cosa: el rector de la Universidad Veracruzana, Martín Aguilar del Campo. Llegó sin comitiva, sin declaración y, aparentemente, sin intención de explicar nada. ¿De dónde venía? ¿Qué fue a hacer? ¿Fue a pedir apoyo a la federación de nuevo? Se desconoce. Y ese es el problema: cuando el itinerario de quienes manejan instituciones públicas parece más secreto que el presupuesto, la transparencia se convierte en un souvenir que nunca llega.
La UV enfrenta conflictos internos y reclamos de transparencia. En ese contexto, un viaje sin explicación no es un simple detalle: es un mensaje. Y el mensaje, para los universitarios y para la sociedad, es que el rector también se reserva el derecho de no informar.
En apenas ocho meses de la actual administración estatal, las escenas se repiten: funcionarios que se ausentan sin claridad, itinerarios opacos y un divorcio evidente entre el discurso de “compromiso total” y la realidad de los fines de semana.
El artículo 134 constitucional no es una sugerencia: obliga a que los recursos públicos —y sí, el tiempo laboral y las facilidades logísticas cuentan— se manejen con eficacia y honradez. El problema es que, para algunos, la frontera entre “asuntos oficiales” y “asuntos personales” parece tan difusa como la bruma en la pista de aterrizaje.
Si la intención de Pérez Astorga era aprender del modelo turístico de Cancún, bastaba con abrir un libro, leer un diagnóstico serio o recibir a los expertos aquí. Veracruz tiene más de 700 kilómetros de litoral que llevan décadas esperando el mismo impulso que convirtió a Quintana Roo en potencia turística. Pero claro, no hay selfies en un plan de desarrollo; en cambio, un atardecer en la Riviera Maya siempre luce bien en redes.
El precio del pasaje a Cancún o del vuelo desconocido del rector no es lo importante. El costo real es la erosión de la confianza ciudadana. Cuando los encargados de mover la economía y la educación parecen más concentrados en sus agendas privadas que en las públicas, el mensaje es devastador: que el compromiso con Veracruz cabe en un equipaje de mano.
En política —y en educación pública— las ausencias pesan tanto como las presencias. Y si la brújula sigue apuntando a playas y aeropuertos, lo único que crecerá no será la economía ni el conocimiento, sino la lista de pretextos para explicar por qué las cosas no cambian.
Al paso que vamos, pronto habrá que inaugurar una nueva ruta turística: el tour de los vuelos oficiales sin explicación. Incluye foto en sala de espera, maleta de mano y, por supuesto, silencio incluido en el paquete.