(Primera Parte)
La foto de este artículo tiene 30 años. La tomó el reportero gráfico Jesús Lazo Reyes quien captó el momento en que un militar encañona a quien esto escribe, José Algarín Durán durante la toma del palacio de San Cristóbal de las Casas el 2 de enero de 1994, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se levantó en armas y declaró la guerra al Ejército Mexicano y al gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
El 1 de enero de 1994 entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte signado por Estados Unidos de América, Canadá y México.
En la cobertura de aquellos hechos, principalmente los enfrentamientos que se dieron entre el 1 y 12 de enero del mismo año, participamos varios periodistas veracruzanos.
Tomás Contreras García y Manuel Carvallo, ambos ya fallecidos, así como Jesús Lazo Reyes, Rafael González y un servidor.
La aventura periodística de la cual dimos testimonio para millones de mexicanos ha quedado atrás.
Se han escrito ríos de tinta de todo lo ocurrido, lo único que es extraño es que quienes escribieron esos ríos de tinta ni estuvieron en los enfrentamientos, ni fueron a Chiapas entre el 1 y 12 de enero de 1994 y sin en cambio dieron a luz libros y libros narrando los hechos, desde sus orígenes sociales hasta los logros de los cuales nunca se supo quienes fueron sus beneficiarios reales.
Cuando llegamos a San Cristóbal nuestra primera cobertura fue precisamente la recuperación del palacio municipal por parte del Ejército Mexicano el cual había sido tomado por miembros del EZLN.
Ahí inicia nuestra travesía, ahí surge esta primera foto y de ahí parte todo nuestro trabajo periodístico que sintetiza los primeros 12 días de enfrentamientos, emboscadas, masacres, atrocidades y cobardías del principal mando del EZLN: Rafael Sebastián Guillén Vicente alias Subcomandante Marcos.
Los reporteros que dábamos cobertura fuimos de sorpresa en sorpresa. Marcos, el principal líder militar e ideólogo del EZLN no estaba por ningún lado. Solo apareció para dar una conferencia de prensa tras la toma del palacio de San Cristóbal y se esfumó dejando a indígenas custodiando el palacio y bloqueando los accesos de ese municipio, sabedor que el Ejército Mexicano llegaría con todo a recuperar el poblado.
Las sorpresas no paraban. Los indígenas que tenían tomado el palacio y la cabecera municipal en su mayoría no tenían armas verdaderas: solo reproducciones en madera de rifles que ni a resorteras llegaban o palos con puntas de machete amarradas con alambre.
Conocer la declaración de guerra de la Selva Lacandona fue la sorpresa mayúscula.
Ordenaba a los guerrilleros avanzar hacia la capital de México tomando ciudad tras ciudad y ordenaba a otros grupos guerrilleros asentados en diversos estados del país a realizar lo mismo para que desde varios frentes de guerra tomar el entonces llamado Distrito Federal.
Pedían la rendición del Ejército Mexicano y/o en su caso que sus elementos una vez rendidos se unieran al EZLN para luchar cuerpo a cuerpo contra el Ejército Mexicano.
Cabe mencionar que quienes estaban en otros estados de la República Mexicana o en otros países al enterarse de esta declaración de guerra se preocupaban al creer que el EZLN era un ejército tan poderoso que ni el gobierno de Salinas de Gortari ni el Ejército Mexicano, en ese entonces tan mal armado podrían resistir el estallido y ataques de estos insurgentes que además se decían eran respaldados por grupos centroamericanos como el Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Sendero Luminoso y por el Frente Sandinista para la Liberación Nacional que encabezó el hoy dictador de Nicaragua, Daniel Ortega.
Los verdaderos guerrilleros centroamericanos apodaron a Marcos como el Guerrillero de Papel debido a su negativa a encabezar los enfrentamientos del EZLN y el Ejército.
Él solo se distinguió por sus poemas y prosas subversivas e incendiarias que enamoraron a millones de extranjeros y mexicanos que creyeron en su lucha. Enamoraron al mundo del espectáculo y artistas. Una actriz se convirtió en amante del subcomandante Marcos.
Los verdaderos insurgentes de ese movimiento lucharon solo con armas de madera y fueron los indígenas quienes pusieron los muertos.
Debido a esta desproporcionada diferencia en armamento y estrategia, los indígenas del EZLN fueron barridos en cada uno de los pueblos que ocuparon donde también cometieron graves abusos y atentados a la población.
Todo eso fue sintetizado en nuestro trabajo que se realizó corriendo graves riesgos.
Cada día había que salir de San Cristóbal en caravana con los vehículos rotulados con letras muy grandes con la palabra PRENSA a los lados, en el frente y parte trasera así como en el techo de la unidad para que los helicópteros militares no nos confundieran y nos fueran a ametrallar.
Cruzar la carretera que pasa frente a la base militar de Rancho Nuevo era un rife diario pues estaba en constante enfrentamiento con fuerzas del EZLN que disparaban a la base desde los cerros y entre los cerros y la base estaba la carretera que teníamos que cruzar ya sea para ir a Altamirano o a Ocosingo.
Había dos barricadas, una en cada extremo de la base militar. A una señal de un soldado cada conductor tenía que acelerar todo lo posible su vehículo en esa recta para no recibir balazos. Ahí fueron heridos de bala el reportero de La Jornada y otro de El Financiero salvando la vida por fortuna. Ambos fueron hospitalizados.
Por el día 3 o 4 de nuestro trabajo informativa una mañana perdimos a la caravana de prensa y al no saber que rumbo habían tomado decidimos internarnos en la carretera hacia Ocosingo.
Recuerdo esas carreteras que se sumergían entre cerros llenos de pinos y el olor a ámbar, una resina que utilizan los indígenas de diversas formas impregnaba el aire que respirábamos convirtiéndolo en un perfume maravilloso.
Ese día entramos a Huixtan, la calle principal por la cual se accedía de la carretera al pueblo era una pendiente descendente y llegamos a la plaza principal.
Nos percatamos que no había ni una sola persona y fue en ese momento que sentimos que algo no estaba bien.
De momento, cientos de indígenas salieron de muchas casas armados con machetes, puntas y uno que otro con un rifle.
Nos rodearon, nos bajaron de la camioneta y nos hicieron caminar con las manos arriba.
Uno de ellos que hablaba castellano nos dijo que éramos espías del gobierno y que nos iban a matar por eso.
Tras revisar todas nuestras pertenencias al final nos dijeron que nos largáramos de ahí y fue cuando yo les dije que me regresaran las llaves de la camioneta y se negaron a hacerlo.
Nadie de nosotros sabía quien de los indígenas tenía las llaves y nuestra angustia crecía porque era notorio el deseo de muchos de ellos de no permitir que nos fuéramos de ahí.
Tras insistir llegó uno de los jefes y me aventó las llaves no sin antes arrancarle una calavera de hueso que mi esposa había puesto en el llavero.
Cuando volvimos a tomar camino hacia Ocosingo sentimos que habíamos cruzado un umbral tras esa experiencia.
Ocosingo era el objetivo donde el ejército estaba enfrentando lo que quedaba de las milicias del EZLN.
La cabecera de Ocosingo se encuentra en lo profundo de un valle y para acceder al centro había que descender en carretera pero en la parte de arriba barricadas hechas con costales de arena y respaldadas por artillería del ejército mexicano y tanquetas impidieron el acceso a Ocosingo.
Muchos reporteros insistíamos en ingresar al área de combate. Veíamos helicópteros ametrallando diversas áreas de Ocosingo.
Pelotones del ejército cruzaban la barricada y se internaban en el monte para bajar a la zona de combate hasta que el mando militar ordenó que nos abrieran paso con la advertencia de que entrábamos por nuestra cuenta y riesgo y no se hacían responsables de lo que nos pasara.
Ingresar en las calles de Ocosingo fue difícil pues muchas casas y edificios estaban destrozados por la metralla.
La toma del palacio municipal ocurrió con la muerte del último guerrillero que lo defendía.
El palacio tanto de la parte frontal como de los laterales estaba lleno de disparos y metralla de granadas.
El parque y las calles estaban llenas de casquillos de muchos calibres. Recuerdo que levanté varios de calibre 50 y casquillos de granadas explosivas.
Ingresar al mercado de Ocosingo fue otra gran sorpresa pues en el centro del mercado encontramos los cadáveres de 5 o 6 guerrilleros amarrados de las manos con cuerdas y fusilados con el tiro de gracia en la nuca.
En el área de tianguis del mismo mercado se podía observar que se había registrado un duro enfrentamiento por todo el destrozo causado por tantos disparos.
Ahí pude observar a un niño guerrillero muerto a balazos.
En uno de los pasillos encontramos otro cadáver de un guerrillero, yacía boca abajo, con un rifle de madera a su lado.
Esa foto, tomada antes de que la captara Jesús Lazo con su lente, la tomó Joe Cavaretta y dio la vuelta al mundo porque demostraba que los indígenas luchaban con rifles de madera y era verdad.
Tras salir de Ocosingo, pasamos por Oxchuc donde pudimos observar a decenas de pobladores que habían capturado a varios guerrilleros.
Los llevaban amarrados de las manos y atados del cuello. La muchedumbre nos pidió que tomáramos fotos y viéramos lo que iba a suceder.
A los guerrilleros a puro golpe los subieron al kiosco del lugar y los comenzaron a golpear. Todos fueron muertos en ese lugar, lapidados y colgados.
Recuerdo que teníamos mucha hambre pues no habíamos desayunado ni comido y encontramos una tienda saqueada; recogí del suelo varios paquetes de galleta que estaban rotos, pero en ese momento comencé a comerlas con desesperación y mis compañeros también.
Tras salir de Oxchuc regresamos rápido rumbo a San Cristóbal, pero en el trayecto nos detuvo un retén policiaco-militar.
Otra vez fuimos bajados de la camioneta con las manos arriba y caminando rumbo a donde se encontraba el mando a cargo de ese retén.
Había decenas de soldados y policías federales. Un camión militar de redilas a orilla de la carretera estaba casi lleno de cadáveres que eran recogidos en ese lugar.
Cuando llegué con el mando, grande fue mi sorpresa. Se trataba de un comandante militar de apellido Reynoso que había estado al mando de la delegación Veracruz de la PFP y que yo había conocido en otro operativo que persiguió y dio muerte a “El Rojo”, un hombre ex fuerzas especiales abatido en la zona de El Palmar en el municipio de Tezonapa.
Me dio gusto que me reconociera y nos diera la oportunidad de presenciar y tomar gráficas de lo que estaban haciendo. Lo único que pidió era que estuviéramos tirados en el suelo, al lado de militares que esperaban otro ataque. Por fortuna no ocurrió nada y regresamos al hotel Bonampak de San Cristóbal de las Casas.
(Conntinuará)