Le Point Références No. 86, Septiembre-Octubre-Noviembre 2021, páginas 64 y 65. Entrevistadora: Victoria Gairin. Traducción de Rosario Acosta Nieva
Se habla de tres códices mayas, sin embargo, actualmente tenemos noticia de cuatro obras. ¿Cómo definiría usted un códice, y qué diferencias existen entre esos libros sagrados?
A diferencia de los manuscritos que cuentan tanto con signos como con dibujos y glifos o textos en español, el códice contiene exclusivamente imágenes. Hasta ahora sólo se conocían tres códices atribuidos a los mayas y designados en función de la ciudad donde se conservan: el códice de Dresde, el de Madrid y el de Paris. Habrían sido llevados desde México en 1528 por Hernán Cortés en barcos que contenían libros, pero también hombres, mujeres, animales, oro y plata que fueron entregados a la corte de Carlos Quinto que se encontraba en Amberes y tal vez también al Papa. Pero es hasta 1850 que comienza el verdadero interés por esos códices y por su desciframiento. En esa época, Champollion acababa de descifrar los jeroglíficos egipcios y hubo entonces una toma de consciencia en cuanto a la existencia de una escritura maya comparable. Además, Champollion trató de atravesar el Atlántico para partir a la conquista del sentido de los glifos mayas. Finalmente, no lo hizo, pero él fue el origen de una curiosidad nueva por esos escritos. En cuanto al cuarto códice, el códice maya de México, llamado “Códice Grolier” no fue autentificado sino recientemente, en 2018, debido a la utilización del azul maya, un color compuesto de atapulgita o de palygorskita, dos arcillas que se encuentran exclusivamente en Yucatán.

¿En qué contexto fueron escritos esos códices y a quién iban dirigidos?
Son almanaques, textos divinatorios, calendarios de fiestas y cronologías. Tal vez no reflejan la totalidad de los manuscritos mayas que desaparecieron. Los códices están fechados para los siglos XIII y XIV: son la obra de escribanos y sacerdotes y están destinados esencialmente a adivinos y a religiosos. En ellos se trata de ciclos, de cálculos de tiempo, de predicciones. Se encuentran también registrados los eventos de la vida cotidiana, por ejemplo: fechas de siembra en función de las lluvias. Es cierto que no se puede afirmar que existían códices de contenido diferente, pero en el altiplano central de México, junto con los códices divinatorios, se han encontrado mapas, relatos de conquistas, registros de impuestos, de contabilidad… ¿Producían los mayas escritos tan diversos? Nada nos impide suponerlo.
¿Cómo se presentan?
Son páginas de formato A4, a veces un poco más grandes, pegadas o cosidas las unas a las otras para constituir un gran friso de varios metros de largo que se lee por las dos caras y cuyo desarrollo cronológico es muy claro. Generalmente estaban plegados en forma de acordeón, a veces enrollados, guardados en grandes cofres, y cuando los sacerdotes o los escribas los consultaban se desplegaban para leerlos.
¿Cómo explicar su brutal desaparición en el siglo XVI?
En 1562, el fraile franciscano Diego de Landa, que había llegado a Yucatán trece años antes para evangelizar a los indígenas, ordena una quema de libros y de ídolos. El mismo hace alusión a dicho episodio en su libro “La relación de las cosas de Yucatán”, escrito en 1566, pero publicado dos siglos más tarde, en 1864.

Pero ¿por qué?
Por lo que se llama ‘la ilusión franciscana’. Los franciscanos se alegraron, sin duda muy pronto, de haber evangelizado masivamente a los mayas. Cuando se dieron cuenta que la población le rezaba a Jesucristo y a la Virgen María, pero que no habían renunciado a sus dioses y a sus sacrificios y que habían fusionado la religión cristiana con sus creencias, la represión fue de una violencia extrema. Denunciaciones, arrestos, torturas, condenas: todo el aparato de la Inquisición fue utilizado por Landa que, posteriormente, fue condenado por la corte de España. De hecho, los indígenas considerados como precristianos no eran heréticos, sino paganos. Oficialmente, un indígena no católico que conservara objetos paganos se libraba de la Inquisición.
¿Se tiene una idea precisa del número de manuscritos destruidos por el fuego? ¿Se puede hablar del sacrificio de la civilización maya?
Es necesario desconfiar de lo que se ha podido escribir sobre estas destrucciones. Es cierto que los manuscritos fueron quemados, pero se trata ni más ni menos que de la reacción inmediata y violenta de gente poderosa que se sintió frustrada porque fue engañada. No se puede hablar de sacrificio de la cultura maya. Se ignora el número y el tipo de los libros quemados. Al contrario de lo que se ha escrito, yo no pienso que fueran cientos, sino más bien algunas decenas. ¿Se trataba de manuscritos prehispánicos? ¿coloniales? Lo ignoramos, dado que los mayas asimilaron rápidamente el sistema de escritura europeo.

Si la quema implicara, como usted lo supone, solamente unas decenas de obras ¿esto quiere decir que numerosos códices podrían encontrarse, sin que lo sepamos, en bibliotecas por todo el mundo?
Es casi seguro. Yo pienso a menudo a la historia increíble de ese pirata normando, Jean Fleury, que en el siglo XVI robó a los españoles dos barcos cargados de objetos, oro y manuscritos. Se trataba sin duda del suntuoso tesoro del último emperador azteca Guatimozin y de tesoros mayas. ¿Qué sucedió con estos últimos una vez que Fleury desembarca en Honfleur? Es posible que se encuentre algún vestigio en un granero antiguo. Hasta hace poco esos textos y esos objetos interesaban a muy poca gente. El redescubrimiento de los cuatro códices que se conservaron hasta nuestros días es el fruto del azar.
El boom de internet y de las redes sociales y profesionales ¿implica un avance formidable en la investigación? Actualmente se podría en unos cuantos clics encontrar un documento perdido…
Es lo que se creyó al principio, pero no fue sino un espejismo. A menudo se nos olvida que internet no es más que el reflejo de nuestra realidad y que está lejos de ser exhaustivo. Por un sector bien cubierto como la Biblioteca Nacional de Francia, quedan cientos de archivos por digitalizar. Actualmente, el número de sitios mayas correctamente excavados y de los cuales se dispone de publicaciones detalladas es de alrededor de 30 ó 40 sobre una decena de miles. Por otro lado, la investigación depende irremediablemente de los sesgos de quienes la llevan a cabo: los americanos, mayoritarios en los sitios mayas de Belice, no leen sistemáticamente el español y se limitan a fuentes en inglés, lo que los priva de gran parte de los trabajos. Paradójicamente, la circulación de ideas no ha impedido un cierto repliego sobre sí mismo, una falta de comunicación o la presencia de prejuicios que nos dificultan el acceso a ciertos tesoros manuscritos.
























