Cuando decides abrazar una profesión como la de periodista nunca preguntas a tu jefe de información a dónde te van a mandar.
Este escribano empezó como reportero de guardia –la caballona- luego deportes, sociales y más tarde la obligada fuente de policía.
Pero un buen día, allá por la época de Canal 13, hoy TV Azteca, mi jefe decidió enviarme, en las navidades por cierto, a Centroamérica como corresponsal de guerra.
La misión periodística era Nicaragua.
Ahí me estacionaron por dos años hasta el triunfo de la Revolución Sandinista.
La chamba siempre fue de alto riesgo, pero al final de cuentas las cosas salieron bien a grado tal que, en ausencia, me otorgaron el Premio Nacional de Periodismo.
Y como quien mata a un perro se vuelve el mataperros, cada vez que sucedía un conflicto bélico el corresponsal obligado, por más de seis años fue quien esto reseña.
De Nicaragua a Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica y Panamá. De Colombia con el M-19 hasta la “Tierra del Fuego” con la guerra de las Malvinas, pasando por Bolivia y Paraguay, sin olvidar esos seis meses en Cuba estacionado en Puerto Mariel, con los “Marielitos”
Luego sería Barcelona con ETA, Alemania con “Septiembre Negro”, Polonia con el “Movimiento de Solidaridad” de Walesa y los saharahuies, con la legendaria guerrilla del desierto.
Sería toda una vida entregada al periodismo y a la corresponsalía.
Fueron muchos años durante los cuales nunca de los jamases hubo un insensato gobernante, político o mi propia familia que me preguntara qué hacía en esos escenarios, nunca.
El periodismo es como un apostolado. Es una misión inacababa en donde cuando terminas cronológicamente o te retiran, llegan otros más atrevidos, con más recursos tecnológicos y sin más armas que un celular que hoy es grabadora de audio y video, cámara instantánea y canal de trasmisión satelital, toda una redacción ambulante.
Por ello llama la atención la soberana estupidez manifiesta por quienes nos gobiernan en Veracruz al pretender señalar a los periodistas que acudieron al poblado de Isla a cubrir una refriega en donde los agredidos fueron precisamente los periodistas.
“Solo los protegíamos… ¿pero él qué hacía ahí”, preguntó el gobernador Cuitláhuac García, ante el caso del reportero Alberto Carmona, agredido en Isla por la Fuerza Civil.
Sería precisamente el enviado de “Piñero de la Cuenca”, quien para que no hubiera el “¡Yo no fui!”, grabó en video el momento de la agresión en su contra.
Por menos ya hubieran rodado las cabezas de los responsables de la seguridad pública y la Secretaría de Gobierno, donde labora un obtuso.
Cuando la guerra de Nicaragua, en su parte más álgida, un guardia nacional del somocismo, ordenó al enviado de ABC de Estados Unidos, Bill Stuart, se tendiera en el piso boca abajo con los brazos extendidos para que acto seguido le disparara a la cabeza.
La muerte de Bill detonó el fin de la masacre en ese país, triunfaba el sandinismo.
En Veracruz, sin embargo, nos gobiernan ciegos. Gobierna la impunidad. Nomás no pasa nada. A pesar del video grabado por el propio periodista agredido, el gobernador Cuitláhuac García rechaza que Fuerza Civil lo haya atacado.
Con exaltados ademanes –muy propios de Cuitláhuac- declaró enfático: “¡No fuimos nosotros, le pegó un grupo criminal!”.
El periodista Alberto Carmona puso a disposición de las autoridades dos videos, el primero cuando se suscitó una balacera durante la manifestación ciudadana en la base de la Policía Federal, en Ciudad Isla y la segunda cuando un guardia embozado se le va encima.
Pero eso no cuenta.
En la República de El Salvador, durante la guerra civil a finales del siglo pasado, el enviado de Radiorama de Chihuahua, Nacho Rodríguez Terrazas, fue acribillado por francotiradores apostados en los edificios públicos del centro de la capital. Tras el asesinato, la protesta internacional fue tan severa que la Junta militar que gobernaba en ese momento cayó.
Pero en Veracruz no pasa nada.
Como no existe la prudencia y pareciera que la estupidez es una virtud, se alza el Secretario de Gobierno, Eric Cisneros para señalar que los periodistas enviados “fueron reclutados por grupos criminales para que encubrieran los hechos con la encomienda de tomar fotografías y grabaciones de videos”… ¡Vaya torpeza!
Los hechos, sin embargo, dicen lo contrario.
La organización civil “Artículo 19” tiene documentado que elementos de la Fuerza Civil de Veracruz, “amenazaron de muerte con armas de fuego a las y los periodistas Julia Santín, Brígido López y Edna López; además el reportero Alberto Carmona fue golpeado por la misma corporación y los periodistas Jorge Herrera y Cesar Estrada, fueron privados ilegalmente de su libertad”.
Al canto, los periodistas en sus reseñas en el lugar de los hechos, apuntan que “nunca pensamos que Fuerza Civil fuera a llegar de esa manera disparando al aire, apuntando a la cabeza de la gente. Todo mundo corría tratando de salvar su vida, había mujeres y niños… Yo iba a hacer la trasmisión cuando un elemento de la Fuerza Civil me encañonó, pero seguí corriendo. Ahorita escucho que dicen que eran balas de salva o de goma pero no, eran balas”.
Los reporteros que cubrían la nota fueron retenidos hasta que un oficial preguntó “¿Quién es periodista?”… se identificaron a lo que les dijo: “Les voy a dar chance que se vayan a chingar a su madre, pero si los vemos caminando por Isla, los desaparecemos”.
En toda guerra civil hay riesgos. Tu vida como periodista y no periodista pende de un hilo porque estás en la guerra. Vas a la zona de combate a sabiendas del peligro que corres, pero aun así hay reglas humanitarias establecidas por Naciones Unidas.
En toda zona de guerra hay tratados de protección y respeto a los periodistas.
Cuando la insurgencia en Centroamérica y en la misma Guerra de las Malvinas entre Inglaterra y Argentina había protección y resguardo a los corresponsales de guerra.
La guerrilla Nicaragüense por poner un caso que me consta, te llevaba consigo a la montaña y te marcaba límites de seguridad personal; invariablemente te daban chalecos antibalas y casco sin preguntar de qué lado estabas o cómo ibas a enfocar tu despacho periodístico.
Eso en los países en guerra, pero ¡Por Dios!, en Veracruz donde todos los días el gobernador Cuitláhuac García dice airado –porque cada vez le encabrona más que lo contraríen- que la inseguridad ya bajó, que la criminalidad ha disminuido, que las bandas delincuenciales están bajo control y que los Cárteles son rémoras del pasado o, como en este caso, vienen procedente de Oaxaca, no queda más que decirle “Retírate, no estorbes más”.
En las peores guerras de las últimas tres décadas este veterano escribano nunca había visto tanta violencia ni criminalidad como la que estamos viviendo en Veracruz desde 2004 y recrudecida en 2019.
Un ejemplo.
La guerra de Nicaragua costó 60 mil muertos… pero fue un saldo a lo largo de 40 años. En México llevamos 40 mil muertes tan solo en el último año de las cuales 9 mil corresponden a Veracruz.
Estamos, consecuentemente frente de a la ineptitud o la complicidad.
Ya mañana el Peje saldrá a decir que nos gobierna un “hombre bueno”, (pero para nada) y que la gente está contenta aunque en los hechos ya no sabemos ni cómo librarnos de este lastre.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo