*Lo único malo de la muerte es que es para siempre. García Márquez. Camelot.
En México, en Día de Muertos y en otros días también, la vida se nos va jugando a los volados, a veces con la vida, a veces con la muerte, diría el poeta. Son sagrados nuestros Días de Muertos, el uno y el dos, donde los panteones vuelven a cobrar vida y las almas, como en Chapala, suelen hablarse de tú con Dios. Y estos días uno recuerda el gran libro Pedro Páramo, de Juan Rulfo, donde los muertos y los vivos aparecen, más los muertos.
Cito a Pascual García: “Juan Preciado viene a Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, como Dante se adentra en el Infierno y acaba en el Paraíso hasta hallar a Beatriz y salvarse con ella, porque el amor en los dos libros es la única salvación posible en mitad de un territorio violento y descarnado. A nadie que haya leído la novela del escritor mexicano se le escapa la dirección exacta del verbo venir y su intención descarada, el lugar desde donde el narrador, en primera persona, nos va contando una historia compleja y elemental como la propia vida. El resto es la aventura de una voz en el reino de los muertos, que se manifiestan en la forma de ecos, una voz que pide la absolución y reclama la gracia del olvido y lucha contra los fantasmas del padre en un lugar sin compasión alguna cuya referencia más aproximada es el propio Purgatorio”.
De Miguel Alejandro Guerrero, sobre Comala: “Mi razón lógica para la existencia de los muertos que se pueden comunicar con las personas vivas se explica hablando del pueblo, Comala. Pienso en el pueblo como el conjunto de energía que aporta cada habitante en él, incluso de pasajeros y aventureros que crucen sus caminos por él. A mi parecer, al menos con los personajes que se manejan en la novela, Comala fue un sitio lleno de energías fuertes, existieron secretos oscuros, engaños, odio, amor sin correspondencia, dolores mentales y muchas cosas más, por eso quiero creer que Comala murió junto con todos ellos y se encuentran atrapados en el tiempo”.
Eduardo Galeano: “Habitamos un mundo que trata mejor a los muertos que a los vivos. Los vivos somos preguntones, y somos respondones, y tenemos otros graves defectos imperdonables para un sistema que cree que la muerte, como el dinero, mejora a la gente”.
Todos han escrito a los muertos: Borges, Bioy Casares, Cortázar, Benedetti, García Márquez, muchos, la gran mayoría respeta a los muertos, más que a los vivos.
Del Centro Gabo: 1995, durante una entrevista para la RTVE con la periodista Ana Cristina Navarro, Gabriel García Márquez comentó que uno de sus mayores placeres sería ver por un pequeño agujero la vida desde la muerte. No obstante, como aquella tarea era tan incierta y exigía la condición de fallecer primero, el escritor colombiano dedicó gran parte de su obra narrativa a observar la muerte desde la vida. Es así como muchos de sus cuentos y novelas acercan al lector a los rituales y dinámicas de la muerte, en especial la que ocurre en el Caribe. En Cien años de soledad, por ejemplo, se contaba que las personas sufrían dos muertes: la que los separa de los vivos y la muerte definitiva que los desaparece del mundo de los muertos. De modo que los personajes que fallecen en vida siguen envejeciendo y falleciendo después de muertos.
Bien lo dijo Benedetti: “Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”.
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