En México tenemos la costumbre de inaugurar obras inconclusas y aplaudir promesas como si fueran resultados. La Refinería Olmeca, mejor conocida como Dos Bocas, es el ejemplo más reciente y más costoso de ese viejo vicio político. Desde su inauguración en julio de 2022, se nos ha vendido como el buque insignia de la autosuficiencia energética, pero los hechos se empeñan en desmentir el discurso: sobrecostos estratosféricos, retrasos interminables, producción muy por debajo de la prometida y, ahora, la paradoja de una refinería “estratégica” fuera de operación por un simple corte de energía eléctrica.
La planta, ubicada en Paraíso, Tabasco, debía ser la joya de la corona de la política energética de la llamada Cuarta Transformación. Se presentó como el proyecto que nos liberaría de la dependencia de combustibles importados, sobre todo de Estados Unidos. Pero a dos años de haber sido inaugurada, su desempeño dista mucho de la autosuficiencia prometida: en julio procesó 156 mil barriles diarios, menos de la mitad de su capacidad diseñada (340 mil). Y de esa cifra, solo 57 mil barriles se convirtieron en gasolina y 76 mil en diésel. En otras palabras, su producción real sigue siendo marginal frente a la demanda nacional de combustibles.
El contraste entre el discurso y la realidad no es menor. El presidente López Obrador prometió que Dos Bocas costaría 8 mil millones de dólares; el Instituto Mexicano de Ingenieros Químicos estima que la cifra real ya rebasa los 21 mil millones. Es decir, un incremento del 162 %. En cualquier país serio, semejante desfase presupuestal sería motivo de escándalo, investigaciones y sanciones. Aquí, en cambio, se normaliza y hasta se celebra como “inversión estratégica”.
Las cifras oficiales de Pemex confirman los tropiezos: en junio la refinería alcanzó un pico de 191 mil barriles diarios; en julio la producción cayó 9.5 %. La gasolina refinada bajó 27 % en ese mismo periodo. Y aunque el diésel mostró un alza del 18 %, el balance general sigue estando muy lejos de justificar la inversión faraónica.
No es la primera vez que un megaproyecto energético se hunde en sus propias contradicciones. Baste recordar los elefantes blancos de Pemex en décadas pasadas: plantas petroquímicas subutilizadas, gasoductos ociosos, refinerías que nunca llegaron a su capacidad prometida. Dos Bocas no rompe con esa tradición; más bien, la perpetúa con un costo mayor y un disfraz propagandístico de “soberanía energética”.
El problema no es solo técnico ni financiero, sino estructural. La política energética mexicana sigue atrapada en un modelo del siglo pasado: apostar por refinar más petróleo en lugar de transitar hacia energías limpias y diversificadas. El mundo avanza hacia la descarbonización; México se aferra al crudo. Así, Dos Bocas no solo es un proyecto caro e ineficiente, también es una apuesta contraria a las tendencias globales.
Ahora bien, el contexto político tampoco es menor. En vísperas del arranque del nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum, se anuncia la creación de un fondo de inversión de 250 mil millones de pesos para financiar proyectos estratégicos y aliviar la deuda de Pemex, la petrolera más endeudada del mundo. Además, se proyectan 105 mil millones de pesos adicionales para el mantenimiento y operación de refinerías. La apuesta, de nuevo, es sostener a costa del erario una empresa que no logra levantar cabeza.
El gobierno asegura que, en 2025, Dos Bocas alcanzará su capacidad máxima de 340 mil barriles diarios. ¿Será? Los antecedentes invitan al escepticismo. En mayo, la planta produjo apenas 43 mil barriles diarios de gasolina, una cuarta parte de lo que supuestamente debería generar. ¿Cómo confiar en que el próximo año, por arte de magia, logrará multiplicar su producción por ocho?
Más allá de las cifras, lo que Dos Bocas simboliza es la persistencia de una visión política que confunde soberanía con terquedad. No se trata de negar la importancia de la seguridad energética, pero sí de reconocer que no se alcanza con elefantes blancos ni con obras inauguradas al vapor para presumir en giras presidenciales. La soberanía energética requiere planeación, diversificación, transición hacia renovables y, sobre todo, transparencia en el uso de los recursos públicos.
Dos Bocas debería ser, más que motivo de aplauso, una llamada de atención. Una refinería que costó más del doble de lo presupuestado, que opera a medias, que se apaga por un corte eléctrico y que produce menos de lo esperado, no puede presentarse como triunfo nacional. Es, en todo caso, un recordatorio de que la política energética mexicana sigue atada a inercias, intereses y discursos que no resisten el contraste con la realidad.
El reto de la próxima administración será decidir si continúa alimentando este espejismo con más dinero público, o si, de una vez por todas, se reconoce que la soberanía no se construye con proyectos faraónicos sino con políticas sensatas, honestas y sustentables. Mientras tanto, Dos Bocas seguirá siendo lo que hasta hoy: una refinería que refina poco, cuesta demasiado y simboliza mucho de lo que México necesita superar