Antaño, en las escuelas de México, el cinco de mayo se daba lectura a la famosa carta que el escritor francés Víctor Hugo dirigió al presidente Juárez, para festejar la victoria mexicana sobre el ejército francés invasor.
“Europa, en 1863, se arrojó sobre América. Dos monarquías atacaron vuestra democracia: la una con un príncipe, la otra con un ejército, el más aguerrido de los ejércitos de Europa, que tenía por punto de apoyo una flota tan poderosa en el mar como en tierra; que tenía el respaldo de todas las finanzas de Francia, recibiendo reemplazos sin cesar; bien comandado; victorioso en África, en Crimea, en Italia, en China, valientemente orgulloso de su bandera; que poseía en abundancia caballos, artillería, abasto, municiones formidables. Del otro lado, Juárez.
Por una parte dos imperios, por la otra un hombre. Un hombre con sólo un puñado de hombres. Un hombre arrojado de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de rancho en rancho, de bosque en bosque, amenazado por la infame fusilería de los consejos de guerra, perseguido, errante, atacado en las cavernas como una bestia feroz, acosado en el desierto, proscrito. Por generales, algunos desesperados; por soldados, algunos desnudos.”
En los años 1970, la misión arqueológica francesa en México estaba desarrollando investigaciones en el sitio maya de Toniná, en el valle de Ocosingo, Chiapas. Los arqueólogos radicábamos en Ocosingo, donde ya nos habíamos vueltos figuras familiares. Muy naturalmente, las autoridades de la ciudad nos invitaron a la celebración del Cinco de Mayo. Un compañero y yo asistimos a la ceremonia y participamos en el brindis posterior. Varios amigos mexicanos que hacían su servicio social en el pueblo, aprovecharon para burlarse de los franceses, hasta que uno de ellos nos preguntó: ¿pero que hacen ustedes en México?
De inmediato, contestamos: somos soldados franceses entrenándonos. ¡Era la mera verdad! Ambos estábamos haciendo nuestro servicio militar. Por supuesto, no precisamos que, en Francia era posible hacer el servicio militar como servicio social. Todos quedaron perplejos. Repentinamente, uno de ellos preguntó: ¿Y cuantos soldados franceses llegan por año a México? Pues, unos 150, respondimos. Se hizo un silencio. ¿Pero, porque tantos, preguntó otro? Sin vacilar un momento, dijimos que así, dentro de unos años, tendríamos el cuerpo expedicionario suficiente para vengarnos de la derrota que nos habían infligido los mexicanos en Puebla.
Todos soltaron de repente una risa comunicativa, y siguió la fiesta con renovado entusiasmo.