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El loco de Dios en el fin del mundo

Después de hacer la arriesgada confesión de ser «ateo, anticlerical, laicista militante, racionalista contumaz y un impío riguroso», el escritor español Javier Cercas emprende este libro (que llama «novela sin ficción»), en la que combina crónica, ensayo, entrevista, relato, biografía y vivencias personales para ofrecer una obra de varios escenarios.

El primero se refiere a las extrañas circunstancias por las que, sabiéndose ajeno al mundo religioso, es invitado a un congreso mundial de artistas convocado por el entonces papa Francisco. Aunque sorprendido por la invitación, no menosprecia la oportunidad de asomarse al interior del Vaticano, especialmente al llamado Dicasterio de Comunicación, que es el departamento encargado de todo lo relacionado con las noticias que se dan en torno a la figura papal y a la vida del centro religioso del catolicismo. «Cuando el director de la editorial del Vaticano me hace la propuesta, lo primero que le dije fue: “¿Pero ustedes no saben que yo soy un tipo peligroso?” Ellos han corrido un riego muy grande y yo he tenido una libertad absoluta en todo. Ni siquiera han querido leer el libro una vez escrito» (Entrevista de la periodista Ana Trasobares, Esquire, 26/04/25).

Esta primera parte está formada por entrevistas que hace Cercas a un puñado de las principales cabezas de ese departamento, y permiten asomarse a la febril actividad y delicadas funciones que realizan cientos de escritores, periodistas, corresponsales, redactores, traductores, analistas, etc., en ese ámbito tan particular y muy poco conocido.

Esos contactos con la gente que está en el centro católico del mundo le van a proporcionar buenos resultados: podrá obtener un material valioso para cualquier buen periodista, estará muy cerca de quienes manejan desde dentro la comunicación periodística del Vaticano con el mundo entero, podrá ser admitido en la comitiva que acompañará al papa Francisco a un extraño viaje a Mongolia, exactamente calificado como El fin del mundo, y, lo que puede calificarse como el meollo de la historia: le será permitido preguntar personalmente al papa lo que su madre anciana le encomienda: si ella, católica de por vida, cuando muera se reunirá con su esposo recién fallecido, como pregona la religión.

En la segunda parte, el autor relata cómo su acercamiento con los vaticanistas le facilitan su encomienda. Se embarca en el avión papal y allí se da la entrevista que, aun siendo breve, permite que le haga la pregunta directamente al papa. Este platica con el periodista e incluso acepta que sea fotografiado con él.

Satisfecho este objetivo, Javier Cercas va con la comitiva papal a Mongolia, y allí los mismos contactos que le favorecieron tus intenciones reporteriles y encargos filiales le ponen en comunicación con varios misioneros católicos que han vivido, algunos más de 20 años, en aquellas extrañas latitudes donde los católicos son una apabullante minoría. Allí se entera y cuenta algo de la reciente historia de aquel reino de Gengis Kan, cuya enorme e impresionante figura domina toda la vida política, social y religiosa. Allí conoce y admira la labor humanista de aquellos misioneros que, no obstante ser profundamente religiosos, no practican el adoctrinamiento, sino mediante su labor humanista y social, quieren dar testimonio del mensaje religioso, en un medio que, dejado atrás el terrible drama del dominio comunista, ha alcanzado un alto grado de tolerancia religiosa.

Uno más de los resultados que Cercas logra en este extraño viaje es indagar y conocer muy de cerca y ampliamente datos personales del papa Francisco. Su vida como hijo de familia, su formación como alumno y luego como superior de la congregación de los jesuitas, su ejercicio sacerdotal y episcopal en Argentina, sus actividades y relaciones con sus superiores y, muy particularmente, con la dictadura castrense y, finalmente, su elección y desempeño como jerarca de la iglesia católica.

Cercas se documenta con atención y cuidado en la forma de ser, la personalidad, el carácter, las debilidades y las convicciones de Francisco y los peculiares objetivos que el papa se ha trazado en el ejercicio de su responsabilidad.

Con suficiente honestidad, en la entrevista reconoce las raras circunstancias que se dieron para la realización de todo este proyecto que culminó con la escritura y publicación de este voluminoso libro: «Lo primero que hice fue eliminar mis prejuicios sobre todo contra la Iglesia. Estoy lleno de prejuicios como todo el mundo, así que confieso que este ha sido mi mayor esfuerzo. “Fuera prejuicios y vamos a ver lo que hay”, me dije. Aunque sigo siendo ateo, pero soy más anticlerical de lo que era antes porque Francisco también es anticlerical. Mi visión de la iglesia ha cambiado”».

Y termina: «A lo mejor, como el loco sin Dios del final del libro, tengo la sensación de que esta aventura me ha cambiado en muchos sentidos, pero aún no sé cuáles son las consecuencias».

Así, pues, hay que hacer lo que el autor: leer El Loco de Dios en el fin del mundo sin prejuicios.

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