A fines de diciembre de 1866, al terminarse la intervención francesa en México, tiene lugar el último encuentro entre el Emperador Maximiliano y los enviados de Napoleón III, el general de Castelnau y el embajador Dano, que tratan de convencerlo de abdicar y de regresar en Europa. Efectivamente, la situación europea se deteriora antes las amenazas de una guerra próxima entre Francia y Prusia y el emperador francés necesita repatriar el cuerpo expedicionario. Eso implica abandonar a Maximiliano en México o convencerlo de aprovechar la retirada francesa para regresar a Austria.
Las negociaciones tardaron seis semanas. Como bien se sabe, Maximiliano decidió quedarse, bajo la ilusión que con el ejército conservador y los contingentes belgas y austriacos, podría enfrentar al ejército liberal de don Benito Juárez. Pero, preocupado por la salud de la emperatriz Carlota, y a veces dudando del valor efectivo de sus tropas, Maximiliano vaciló varias veces, hasta decidirse. Se conoce menos el papel de sus consejeros en su decisión final, entre ellos el Padre Fisher, en Orizaba.
¿Quien era el Padre Fisher? August Gottlieb Ludwig Fisher nació en un pequeño pueblo alemán cercano a Stuttgart en el año de 1825. Se dice que de joven era un rebelde, desafiante y obstinado pelirrojo con cara pecosa y considerable fuerza física. Adulto, fue un hombre imponente, agresivo, con ojos como incandescentes y el cabello rojo.
El historiador Gildardo Contreras Palacios afirma que fue un antiguo practicante luterano alemán. Pero, debido a su agresividad, fue recluido en un reformatorio del cual escapó para huir de la policía alemana y emigrar a los Estados Unidos. En San Antonio, Texas, aprendió el idioma español. Ya hablaba alemán e inglés. La “fiebre del oro” lo llevó a California en 1848, donde unos misioneros jesuitas lo convirtieron al catolicismo. Lo enviaron a Durango, donde el obispo José Antonio Zubiría y Escalante lo ordenó sacerdote. En la casa obispal inició una relación amorosa con una sirvienta, por lo que tuvo que abandonar la Diócesis para luego aparecer como párroco de Parras. Al nuevo párroco, poco le importaban los votos de castidad, pobreza y obediencia de los jesuitas. Era mujeriego, imperialista, aventurero.
Fue en Parras donde cometió una de tantas pillerías cuando en 1860, durante la Guerra de Reforma, sustituyó los adornos de oro de la iglesia por imitaciones, entregando el metal precioso a un emisario del general Miramón. Enviado a Roma en 1863 para gestionar el nombramiento de un obispo mexicano, conoció a Maximiliano que buscaba el apoyo del Papa.
Al regresar à México, Fisher se convirtió en confesor de la señora Dolores de Osio, esposa del latifundista Carlos Sánchez Navarro, el hombre más rico de México en esa época. A nombre del latifundista, tuvo la oportunidad de presentarse a la corte de Maximiliano, encantado de volverlo a ver. Fischer logró causar una gran impresión en Maximiliano. Poco tiempo después, en 1865, el padre Fisher fue nombrado Capellán de la Corte de Maximiliano de Habsburgo, Emperador de México. Desde esa fecha, empezó a tener una gran influencia sobre el Emperador. Naturalmente formaba parte de la escolta que lo acompañó durante las negociaciones con los enviados franceses
Bajo la influencia de Fisher, Maximiliano cayó en la ilusión que, liberado del peso de la presencia francesa, podría conquistar el corazón de los mexicanos. Se dejó convencer y recayó en sus actividades frívolas, la búsqueda de mariposas y paseos turísticos. En sus “Noticias del Imperio”, Fernando del Paso escribe que Maximiliano estaba casi secuestrado por el padre Fisher en la Hacienda de Xalapilla, cerca de Orizaba. Eso valió al cura el apodo de “ominoso padre”, pues en Europa se le considera responsable de haber retenido a Maximiliano en México. Decidió entonces Maximiliano mantenerse en el trono y regresó a México, el 5 de enero de 1867. Lo que sigue es bien conocido, la huida a Querétaro, el sitio, la captura y el fusilamiento.
¿Pero qué paso con Fisher? Libre después de haber sido encarcelado unos meses por Porfirio Díaz, al aventurero aprovechó su estancia en la capital para apoderarse de unas piezas de las colecciones particulares del emperador, de una parte de su biblioteca, que vendió en Londres. Después de unos años, regresó a México, donde logró sobrevivir varios años. Murió a la edad de 62 años y está sepultado en el Panteón Francés en la ciudad de México.