A los 50 años de aquel Golpe. Camelot.
Fue también un 11 de septiembre. Los gorilas de Pinochet se levantaron contra el presidente electo, Salvador Allende, a quien acusaban de comunista. Uno recuerda aquel septiembre de 1973, porque México jugó un papel brillante en las relaciones humanas exteriores. Gobernaba Luis Echeverría y cuando, por instrucciones de la CIA y el halcón Henry Kissinger comenzaron a bombardear La Moneda, Echeverría llamó a Allende ofreciéndole México como refugio y asilo. Era una guerra perdida, desigual. El poderío americano en su derrocamiento. No se pudo. Allende se enfrentó a los combatientes golpistas y hay dos versiones, una es que se suicidó, la de ellos, la otra es que murió enfrentándose al rival. La embajada mexicana se llenó de gente espantada, que pedía asilo, tuvo la fortuna de tener un excelente embajador, Gonzalo Martínez Corbalá (1928-2017), que abrió las puertas aun cuando los milicos soldados se pusieron frente a esa embajada. México vivió momentos de gloria en asilos. El avión presidencial mexicano volaba a Santiago. Allí aparcó en espera de asilados. Allende no pudo llegar, pero llegó la esposa, Hortensia Bussi y su familia. Los recibieron en el hangar presidencial Echeverría y la compañera María Esther Zuno, de negro, de luto, ya se sabía de la muerte de Allende. Tenían también en el hospital a su poeta, Pablo Neruda, curándose de un cáncer, ese poeta a quien, en su Isla Negra, un día llegaron los militares a revisarle todo y él les preguntó: ¿qué buscan?, armas, respondieron los golpistas, “aquí las únicas armas que encontrarán es la poesía”, respondió, y esa arma era más potente que las balas que matan. De Neruda también corrieron versiones que lo envenenaron, como hace Putin con sus rivales, y ya no pudo abordar el avión mexicano.
LA INFORMACION AL MUNDO
México se cubrió de gloria en la información, porque sucede que el enviado del periódico Excélsior, que en aquel tiempo lo dirigía Julio Scherer, el enviado del periódico era un reportero, periodista terrablanquense, Manuel Mejido (1932-2021), al estar allí en un congreso se parapetó en la embajada mexicana y fue el único periodista que enviaba información al mundo. Fue gracias a un afortunado enlace telefónico desde la embajada de México que Mejido pudo dictar su información a un reportero de Argentina, que a su vez la envió a Excélsior y a otros medios en el mundo a través de la agencia de noticias Télam. Mejido hizo un libro de esa historia. Por allí lo conservo. Años después de ese Golpe, un día con Mejido y mi hermano Enrique en un restaurante Vips de Boca del Rio, rememoramos aquella odisea, más bien la escuchamos de sus labios. Mejido era de esa especie de periodistas que se forjaron al lado de Carlos Denegri. Echeverría sufrió embates de la derecha, asiló a muchísimos chilenos y les dio trabajo en la enseñanza, en la UNAM y donde se podía. Muchos salvaron su vida, no así el cantante Víctor Jara, que cortadas sus manos le metieron más de 40 balazos en el estadio, que utilizaron como gran cárcel, estadio que hoy lleva su nombre, Ya no se mata allí, solo se juega futbol, todavía la semana pasada un general iba a ser aprehendido acusado de ese crimen y optó por suicidarse de un balazo, a sus ochenta y pico de años. Suicidio que el presidente trató de cobarde, y levantó otra polémica en Chile, Son heridas que aún no cicatrizan y tardarán generaciones y la historia seguirá hablando de ese día y de ese golpe
EL REPORTERO AUDAZ
La pericia de Mejido le valió obtener una entrevista exclusiva con Hortensia Bussi, la viuda de Allende, que fue publicada por Excélsior el 15 de septiembre y más tarde se reprodujo en diversos diarios alrededor del mundo.
Bussi aseguró entonces que no abandonaría su patria ni pediría asilo a algún país, y contó detalles de la última vez que vio a su marido con vida: Mejido comenzó la entrevista preguntando: “¿Dónde fue enterrado el presidente Allende?”
Bussi respondió: “ahora hablaré, y con todo detalle”. Y así, sin derramar lágrimas, la viuda habló del último momento que supo de su compañero de vida.
“El martes, a las 7:40 horas, recibí un llamado telefónico que me despertó. Era Salvador. Me dijo: Te hablo desde La Moneda. La situación se ha tornado grave: se sublevó la marina. Yo voy a quedarme aquí. Tú permanece en Tomás Moro”, contó Bussi. La veintiúnica vez que yo mero volé de Bueno Aires a Chile, en ese vuelo extraordinario donde admiras la Cordillera de los Andes, toda llena de nieve, donde una vez la historia también registró la caída del avión de jugadores uruguayos que, para sobrevivir, comieron los restos de sus compañeros, caminé esos caminos del golpismo. Entré a La Moneda y vi su entorno. Me tomé una foto en su estatua. Años después la historia reivindicó a Salvador Allende, al pie del Palacio de la Moneda pusieron una estatua con el lema que soltó justo antes de morir bajo las balas, aquel de las grandes alamedas, esa frase está al pie de su estatua señera: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
Así fueron esos días.