Y cuando quiso despertar, estaba con San Pedro. Camelot.
Desde la primera vez que tuve la suerte de leer, llamó siempre mi atención los asuntos papales, bebí todos los libros habidos y por haber hasta entender la grandeza de esa religión que ha durado dos mil años y sigue muy campante. Claro, antes los Papas tenían ejércitos, ahora solo con la Palabra de Dios se la llevan. Un vez de hace una veintena de años, la primera vez que visité Roma, tuve la suerte de acompañarme de un buen guía y amigo, el Padre Alejandro Melchor, que allí había estudiado como seminarista y parlaba más de tres idiomas, entre ellos el italiano y el latín. La primera noche que llegamos, me dijo ven, acompáñame, y nos trepamos a un taxi y quiso llevarme el muy santo a la romana avenida de la Conzilazione, me dijo no abras las ojos hasta que te diga y, cuando me lo dijo, encontré el esplendor del Vaticano con sus luces que la hacían ver santa y majestuosa. Luego fui algunas veces más y visitaba todo, desde la maravilla de Miguel Ángel, La Piedad, hasta la Capilla Sixtina, donde los cardenales se reúnen a elegir Papa, cuando se requiere. Hay en esa explanada una placa al piso, donde señalan cuando el locochón Ali Aghca le pegó un balazo a Juan Pablo Segundo.
LAS TUMBAS PAPALES
Y siempre que puedo, voy a las tumbas de los papas, la más visitada es la de Juan Pablo Segundo, allí los encargados de la seguridad te aplican y apuran a que pases rápido, porque todos se hincan a orar ante el Papa polaco, que cambió la geografía del mundo para siempre, cuando hizo morder el polvo a la Unión Soviética con un poco de ayuda de Reagan presidente y derribaron ese Muro y Polonia volvió a ser libre con el trabajador de astillero, Lech Valessa, que llegó a ser presidente. Era lo más incongruente del mundo, el país más religioso del planeta dominado por los mugres comunistas, cuando al término de la Segunda Guerra Mundial dejaron que los rusos, que habían perdidó 20 millones de rusos en la guerra, se cobraran con naciones que eran católicas y aborrecían el comunismo, como le ocurrió al Berlín dividido, hasta que un día Gorbachov rindió la plaza al grito de: ‘derriben ese Muro’.
Toco el tema porque en Domingo de Ramos, terminé de releer por segunda vez, y creo que haré la tercera, el extraordinario libro no muy conocido, ‘Plegaria de un Papa envenenado’, de Emilio Rosero, un colombiano que no le pide nada a Gabriel García Márquez en su forma de escribir y relatar. Se lee en dos sentadas. Libro de 150 páginas que lo disfrutas con la teoría del autor de que al Papa Juan Pablo I lo envenenaron los malosos de Paul Marcinkus y los masones y la banca Vaticana, entre ellos los mafiosos banqueros de Dios, Roberto Calvi. Te va llevando página por página desde que dejó su iglesia en Venecia y llegó a descubrir todas las fechorías que hacían con los dineros vaticanos, que son muchísimos. Hay dos libros que lo antecedieron, ‘En el nombre de Dios’, del gran David Yallop, el primer escritor que creó la conciencia y sospecha de que a Juan Pablo I lo habían envenenado. Luego vino otro, ‘Como un ladrón en la noche’, de John Corwnel, que dudaba entre que si sí o qué no. Lo cierto es que, como a los papas no les pueden hacer la autopsia, porque el Vaticano manda gorro en su territorio, que es Estado, la duda siempre quedará de si lo envenenaron. Lo cierto es que, cuando los visité, su tumba está a un lado de Juan Pablo Segundo, en aquel año tenebroso para la iglesia católica, que tuvimos tres papas.