Una tarde discutían Yaretzi López y unos amigos:
–Podrás salvarte del rayo, nunca de la raya. Si ya te toca, aunque te muevas. Y si no, hagas lo que hagas no te mueres –decían ellos.
Yaretzi rebatió:
–Si estás seguro de ello, ¿por qué no te atraviesas la avenida Lázaro Cárdenas con los ojos cerrados y a la hora de mayor tráfico? ¿Te aventarías un clavado en un mar infestado de tiburones? Al fin, que si no se te ha llegado la hora, no te pasará nada según tú.
–El destino lo labra uno mismo, como reza un poema clásico. Lo puedes construir y modificar. Nada está escrito.
Aquí mete su cuchara este reportero aprendiz de historiador:
Diciembre de 1982, el jefe policiaco del sur de Veracruz, Florencio Mazaba Campechano, viajaba en camioneta de Acayucan al poblado de Monte Grande. Traía puesto su chaleco antibalas. Se sintió apretado o acalorado y se lo quitó. En varias ocasiones le habían tendido celadas y el chaleco blindado lo había salvado.
De pronto otro vehículo se le emparejó y los ocupantes le dispararon. Falleció cuando lo trasladaban al hospital. ¿Habría sobrevivido si hubiese llevado puesto el chaleco o hasta llegaba allí su raya?
En 1980 viajaba el ganadero Cirilo Vázquez por la carretera federal, cerca de Acayucan. Policías federales lo interceptaron.
Uno de los uniformados señaló con el dedo:
–Es el de la barba.
Abrieron fuego sobre el hombre.
Resultó muerto un amigo de Cirilo. Ambos tenían barba cerrada. La confusión le salvó la vida. ¿No le tocaba? Vivió 26 años más.
El dueño de una funeraria de Xalapa nos platicó lo siguiente:
–Hace años murió una muchacha. El cuerpo lo velaban en la sala de mi funeraria. En la madrugada se habían retirado la mayoría de los deudos.
–Algunos familiares y amigos platicaban y otros dormitaban. Yo me retiré a descansar y apenas había llegado a mi casa cuando sonó el teléfono. Con voz alterada y entrecortada, el encargado de la funeraria me informaba:
–Señor, señor, venga aprisa por favor, es muy urgente. No tarde. Revivió la difuntita…
–Llegué lo más rápido que pude. La familia ya se había llevado a la muchacha a su casa. Me platicó el empleado todo asustado:
–Escuchamos un fuerte golpe en el ataúd, se levantó la tapa y vimos que la muertita asomó la cabeza, pálida y tambaleante. Gritó horrorizada, y nosotros también.
Su médico explicaría después que había sido un caso de catalepsia. Sobrevivió solamente una semana más. Hasta aquí la narración de este conmovedor suceso.
Retomando el tema inicial, ¿ustedes, estimados lectores, creen que el destino de los seres humanos ya está escrito de antemano o cada quien lo va construyendo y modificando?
A quienes no conozcan la obra “Edipo Rey”, del inmortal poeta trágico griego Sófocles, donde se aborda amplia y profundamente este fascinante tema, se les recomienda su lectura.