En Veracruz estamos frente a un fraude institucional que no debe llamarse de otra manera: Martín Aguilar es un rector espurio. Su periodo terminó el 31 de agosto y, desde el 1 de septiembre, cualquier acto que realice carece de legalidad. Permanecer en la rectoría no es continuidad ni transición: es usurpación.
No se trata de un juego de palabras. La definición es precisa: espurio es lo falso, lo ilegítimo, lo que carece de validez jurídica. Un contrato firmado bajo engaño es espurio. Un documento falsificado es espurio. Y un rector que se aferra al cargo después de vencido su mandato también lo es. Martín Aguilar ya no es rector; es un usurpador.
Lo grave no es solo la ambición personal de Aguilar, sino la complicidad de quienes lo sostienen en el cargo. Callar frente a esta ilegalidad es convertirse en cómplice de un fraude académico y administrativo que lastima a toda la comunidad universitaria. La Universidad Veracruzana, orgullo de los veracruzanos, no merece cargar con la vergüenza de tener un rector espurio impuesto a la fuerza de la simulación.
Lo advertimos desde el 25 de julio: Aguilar representaba una imposición, un atropello a la legalidad y un insulto al espíritu universitario. Hoy, con el vencimiento de su periodo, la anomalía ha quedado al desnudo. El problema ya no es de interpretación, es de hechos consumados. Quien siga llamándolo rector está avalando la mentira.
La UV no es una oficina burocrática donde los plazos puedan estirarse al capricho del funcionario en turno. Es la institución de educación superior más importante del estado, sostenida con el dinero de todos los veracruzanos. Cada peso que se gasta, cada nombramiento que se hace, cada decisión que se toma bajo la firma de Aguilar a partir del 1 de septiembre, es una acción espuria.
La historia de México nos muestra que los cargos espurios son semillas de corrupción y desastre. Presidentes impuestos con fraudes, líderes sindicales eternizados en el poder, gobernadores que se sentaron en la silla con la complicidad de tribunales vendidos. Hoy, esa misma práctica se repite en la Universidad Veracruzana. ¿Con qué cara podrá exigir disciplina académica un rector que viola la ley que lo nombró?
Los universitarios ya lo entendieron. Se han organizado en redes de resistencia, han levantado la voz y han denunciado la anomalía. El espíritu crítico de la comunidad es la mejor prueba de que la universidad sigue viva, a pesar de Aguilar. Pero no basta con indignarse: hay que exigir la salida inmediata de quien ya no tiene derecho a seguir en el cargo.
Porque tolerar lo espurio es aceptar que la UV se convierta en un feudo personal. Es aceptar que la ley se pisotee en nombre de la conveniencia política. Es resignarse a que el conocimiento florezca en el pantano de la ilegalidad. Y eso no lo podemos permitir.
La sociedad veracruzana debe preguntarse: ¿qué clase de mensaje se envía a los jóvenes si su máxima casa de estudios avala la mentira? ¿Qué futuro puede construirse sobre un fraude? La educación no puede ser dirigida por un espurio. La legalidad no puede quedar subordinada al capricho de un funcionario.
La defensa de la Universidad Veracruzana es, hoy, una causa cívica. No se trata de un pleito personal ni de un asunto menor. Se trata de impedir que la institución se degrade al nivel de la política más vulgar. Se trata de evitar que el futuro académico y científico del estado quede manchado por la ambición de un solo hombre.
Martín Aguilar debe salir. No mañana, no después: hoy. Cada día que permanezca en la rectoría, la UV se hunde un poco más en el descrédito. Y cada día que los universitarios y la sociedad callen, el espurio gana terreno.
La universidad debe ser faro de legalidad, no guarida de usurpadores. Si Aguilar quiere aferrarse al poder, que lo haga fuera de la UV. Porque dentro, su permanencia es simple y llanamente ilegal. Y lo ilegal, por definición, es espurio.
Aquí no caben medias tintas. Corresponde a las autoridades estatales y federales actuar de inmediato. La Secretaría de Educación Pública y el Gobierno del Estado no pueden hacerse de la vista gorda frente a una usurpación tan evidente. Si permiten que la UV siga bajo el mando de un rector espurio, estarán avalando un fraude contra la educación pública y contra Veracruz.
El tiempo de la ambigüedad terminó. O se pone orden en la Universidad Veracruzana, o se demuestra que la ley es un simple adorno. La comunidad universitaria ya alzó la voz. Ahora corresponde al Estado hacer valer la legalidad. Porque lo espurio no solo degrada al cargo: degrada a toda la institución que lo tolera.