Se han cancelado las funciones de teatro en la ciudad de México, lo mismo que las salas de cine, los bares y antros… hasta nuevo aviso. Todo depende de la evolución del famoso bicho que llegó de Europa (y de Estados Unidos) a todo lujo en vuelo VIP. Los vectores infecciosos de antaño eran más lentos, viajaban por barco, a lomo de mula, tardaban meses y años en pasar de un continente a otro. Eran pandemias “lentas” que se anunciaban con el rumor descendiendo de las diligencias. “Parece que la peste ha llegado a Turín”, no que ahora pasa migración con la sonrisa mostrada ante el agente de aduanas. Las epidemias de hoy son simultáneas (sincrónicas) y no conocen fronteras.
Todo gracias a los vuelos intercontinentales, ya lo decíamos, que han hecho de la humanidad una plaza de mercado. Un italiano en China, un español en Italia, un norteamericano en Madrid es suficiente para dispersar el virus que saltó a nuestro cuerpo, al parecer, de los murciélagos. En cosa de semanas se ha transformado en el tema, dejando en segundo plano los índices rojos de la delincuencia organizada y las demandas multitudinarias del feminismo organizado.
Observando la evolución del famoso Covid 19 en Asia y Europa, los científicos están planteando una serie de escenarios para el desarrollo de la epidemia en el país. El escenarios uno, que sería el más benigno, el escenario dos, el tres y, posiblemente, el cuatro, que sería el descontrol absoluto de su dispersión. Se ha recalcado que los segmentos de la población más proclives a padecer el agravamiento del mal son los adultos mayores, los diabéticos, las personas con sobrepeso o los hipertensos. Lo mismo se informa que la mayoría de los infectados apenas mostrarán síntomas ligeros, por lo que el temor de hace un mes se ha convertido en el miedo de hoy.
Epidemias han existido desde los tiempos bíblicos. La peste, el cólera, la influenza. Los historiadores subrayan el hecho de que la población indígena, a poco de consumada la Conquista, sufrió una hecatombe epidemiológica como consecuencia del contagio de la viruela, cuyo vector era inexistente en el Nuevo Mundo. Lo mismo ocurrió en el lapso de 1918 a 1920 con la “gripe española” que, aunada a la movilización humana debida a la I Guerra Mundial, ocasionó la muerte de más de 40 millones de personas (nunca se sabrá) a todo lo ancho del planeta.
Por ello las prevenciones que está teniendo la OMS a nivel internacional y los gobiernos de los principales países afectados por el Coronavirus. En la expectativa de lograr una vacuna efectiva contra el mal, el remedio generalizado sigue siendo de sabiduría ancestral: recluirse, guardar cama, esperar a que lo peor de la plaga disminuya. En el escenario dos se contempla la sugerencia de permanecer en casa (sanos o enfermos) si no es indispensable salir. En el escenario tres la reclusión es forzosa y vigilada por la autoridad… algo no muy distinto a un toque de queda.
Por ello la pre-contingencia actual ha dado lugar a tantos comentarios. Que si la medida es tardía, que no se ha compensado con otras previsiones de carácter sanitario y de sustento, pero sobre todo salta la irritación por la variación de las rutinas. Quedarse en casa 24, 48, 72 horas, ¿una semana? A ese confinamiento imperativo le llaman “cuarentena”, que es la norma ya en ciudades como Madrid, París y Milán. Los italianos cantan en los balcones, los españoles aplauden a los empleados sanitarios acudiendo a socorrer enfermos, los mexicanos texteamos y reenviamos toda suerte de videos que nadan entre el escándalo y la comicidad.
Encima que nos hemos transformado en especialistas epidemiológicos. Atendiendo a las entrevistas diarias, los noticiarios y las páginas de la prensa, lo sabemos todo sobre el malhadado virus y sus pronósticos de evolución. Las consecuencias económicas y sociales de la pandemia están a la vista, lo menos será “una crisis mundial”, y todo –aseguran– por un sibarita que pidió comer carne cruda de murciélago en quién sabe que mercado perdido de Wuhan. Un híbrido, seguramente, de Batman y Drácula. Dios lo sabrá.