Aunque ya existía en el siglo XIX un museo de antigüedades en la ciudad de México, la gran mayoría de los descubrimientos de piezas arqueológicas en esta época es obra de coleccionistas y aficionados que recorrían la República en una incansable búsqueda de curiosidades. El veracruzano José María Melgar y Serrano, muy famoso en aquellos tiempos, es uno de estos personajes cuya contribución al conocimiento del pasado prehispánico resulta sobresaliente.
Originario de Veracruz, donde radicaba, Melgar era obviamente un hombre rico y culto, con amplios conocimientos, característicos de las élites intelectuales de la época. Sus publicaciones comprueban que se interesaba desde hace mucho tiempo en el pasado prehispánico de México. Había leído entre otros textos las obras de León y Gama, Kingsborough, Orozco y Berra, Dupaix y Humboldt, que cita profusamente.
Su apellido es obviamente hispánico y varias personas que lo conocían, como el coleccionista francés Boban y el coronel Doutrelaine, jefe de la Comisión Científica franco-mexicana en tiempos de la guerra de Intervención, afirman que era mexicano. Pero curiosamente, como se nota en sus escritos, su castellano es poco usual, a veces pésimo.
Algunos autores lo califican de ingeniero, otros de periodista, pero no cabe duda que era relativamente rico, lo suficientemente por lo menos para viajar a menudo a Francia o a España, y abrir un museo privado donde presentaba sus colecciones. Una breve nota del antropólogo francés Hamy precisa que en 1885 era posible visitar su museo en Veracruz. Allí, se encontraban, entre tantos objetos, varios yugos de piedra dura, un recipiente de piedra con motivo de serpiente y numerosas piezas funerarias aztecas, en muy buen estado. En su manuscrito, el Dr. Fuzier quien dibujó algunas piezas de la colección de Melgar, añade una figurilla burda de serpentina, una piedra con dos caras estilizadas y una vasija zoomorfa trípode con paredes divergentes, con un ave incisa en el borde. Esta última pieza se encuentra actualmente en el Palacio Madama en Torino.
No sólo se interesaba en las piezas arqueológicas porque sabemos por un artículo del mismo Melgar que quiso comprar en España en 1871 uno de los tres manuscritos mayas conocidos en aquel entonces, el Códice de Madrid. El artículo que publicó sobre este tema en La Ilustración de Madrid Núm. 29 (15 de marzo de 1871) estaba acompañado de una pobre copia de la página 16 del Códice.
Melgar compraba artefactos arqueológicos tanto en Veracruz como en otras partes de la República, en los alrededores de México, por ejemplo. No sólo los compraba, los buscaba personalmente también en los sitios mismos, en Estanzuelas por ejemplo donde excavó figurillas y vasijas. Pero su más famosa contribución a la arqueología mexicana es su descubrimiento de la primera cabeza monumental olmeca conocida, la cabeza n°1 de Tres Zapotes. Ante la imposibilidad de comprarla, y mucho menos de trasladarla a su gabinete, mandó hacer una réplica de madera, como se ve en la ilustración adjunta. Por supuesto, vaciló en sus interpretaciones de este monumento desconocido y hasta escribió: “Pero lo que más me ha asombrado es el tipo etíope que representa. He pensado que sin duda ha habido negros en este país”.
Olvidemos los errores de Melgar, para concentrarnos en su contribución a la arqueología nacional. Aun si Melgar, y después de él su hijo, vendieron varias piezas de su colección a otros coleccionistas y a varios museos, una gran parte de su gabinete se quedó en México y forma actualmente parte de las colecciones del Museo Arqueológico de Xalapa. Desgraciadamente, no existe a la fecha una verdadera biografía de este coleccionista hoy olvidado, lo que permitiría tal vez dar un contexto a sus colecciones.