*El miedo a la muerte se debe al miedo a la vida. Un hombre que vive plenamente está preparado para morir en cualquier momento. Mark Twain. Camelot.
Hace 11 años un rey caía. Eso escribí en aquel tiempo. Lo rememoro en fin de semana. Cuando un rey cae, los imperios solían derrumbarse. Cuando un rey deja de existir, en la orfandad quedan miles, millones quizá. Un rey cayó fulminado. Hoy el mundo le llora. Como Elvis, cuando las sobredosis lo atarantaban. Michael Jackson, el rey del pop, el más grande vendedor de discos de la historia de la música dejó su asiento vacío y una gira que prometía ser inolvidable. Hoy duerme para siempre, en paz como los reyes de la mitología, o los reyes verdaderos. Escribir, como escribió Shakespeare la muerte del rey Enrique: “¡Cúbranse de negro los cielos, ceda el día a la noche! / Cometas, trayendo un cambio de tiempos y de estados / Blandid vuestras trenzas de cristal en el cielo / Y con ellas azotad a las rebeldes estrellas / Que han consentido la muerte de Enrique”. El guante de brillantes de Billie Jean no volverá a lucir más en los escenarios. Neverland cierra sus puertas, enlutecida y muda. Cuando una luminaria cae, a destiempo, el mundo de sus fans se paraliza. Ocurrió con Marilyn, con James Dean y con Elvis Presley. Hoy ocurre con Michael, el negro que quiso ser blanco en una época que los negros comenzaban a sobresalir: Tiger Woods en el golf, los basquetbolistas como Michael Jordan, y el más encumbrado de todos, Barack Hussein Obama, el presidente del imperio. Tiempo en que las luces de sus shows se apagarán, en que los estadios no volverán a disfrutar sus bailes a la Fred Astaire, en que las televisoras y las estaciones de radio del mundo, y los diarios y las páginas de Internet nos llevarán al mundo mágico de Michael Jackson. Por parafrasear a José Alfredo, sus fans solo podrán decirle: ‘Cuantas luces dejaste encendidas, yo no sé cómo voy a apagarlas’. Descanse en paz.
MUERTE A LA CARTA
Hay estados de la Unión Americana, donde los sentenciados a muerte pueden escoger la mejor forma de morir, si es que hay alguna. Todos soñamos con morir en la tranquilidad de una cama, sin sobresaltos, que llegue la muerte y bendita sea si no hace daño ni crea dolor. El filósofo chino, Confucio, primo lejano de Kamalucas, un filósofo de mi pueblo, solía decir: aprende a vivir y sabrás morir bien. Los condenados a muerte en Estados Unidos son por lo regular crápulas que han liquidado gente. Asesinos confesos. Pues bien, en Utah, uno de los estados norteños, la legislación permite que el sentenciado a muerte escoja cómo morir. Cómo si se estuviera en una Mac Donald y pudiera uno pedir la burguer o la triple mac. A un gringo maloso le ocurrió. Sentenciado a muerte, escogió ser fusilado porque, dicen que ser fusilado tiene un toque de heroicidad, y se puede mirar al pelotón de fusilamiento cara a cara. Los del pelotón de fusilamiento, para que no carguen en su conciencia él haber sido el killer, toma uno de ellos un rifle con balas de salva, y así ninguno reconoce de quién fue el tiro certero. En la historia de la revolución hubo muchos casos así. Martín Luis Guzmán nos explica varios casos, como aquel general rebelde que, cuando las fuerzas de mi General Villa lo tenían en el paredón, pidió fumar un cigarro, de seguro era Delicados o Alas Extra. Lo dejaron fumar, la mano no le temblaba y la ceniza se mantuvo firme, quería decir esto que era de los soldados bragados. Hay formas de morir: inyecciones letales o silla eléctrica. Ignoro cómo le fue al gringo, si pidió piedad o solo cerró los ojos para esperar el tiro liquidador. Pero de que pidió cómo morir, lo pidió, y le fue concedido.
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