A la familia de Violeta Maccise Saade
En cualquier democracia contemporánea que se precie de serlo hay un estado de derecho y al mismo tiempo conviven reglas no legalizadas, desde obvias como es la operación de las bolsas de valores en donde no hay control alguno de pérdidas ganancias en una atmósfera especulativa que cuasi domina el mundo, y otras, menos obvias, las que los gobiernos y las fuerzas a las que representan negocian en las alturas, en lo que los pensadores llaman las superestructuras de poder.
Es por eso que no se puede entender cómo operan las delincuencias organizadas y el enorme alcance financiero que poseen y a veces no ostentan sin que haya cambios significativos en su control legal.
En México es de sobra conocido cómo operan las grandes bandas en la zona Pacífico, en el Golfo, en las fronteras, ya documentado hasta el cansancio y si no basté recordar a Guillermo González Calderoni, jefe policiaco luego ultimado en Texas vaya usted a saber por qué.
Bien comentaba una alto mando naval na vez participante en una reunión con sus pares de la vecina nación del norte, en donde en el coctel los últimos comentaban que el trasiego mayor de estupefacientes provenía precisamente de México (a un mercado estimado de 50 millones de adictos constantes y crecientes). El connacional admitió la observación, al tiempo que le respondió que habría que agregar que en efecto los caminos llevan hacia esa parte del continente, aunque lo importante es cómo pasan sin que los de allá siquiera volteen a ver sean mediante aviones, barcos, autos, camiones, personas.
En fin, ejemplos en varios escenarios los hay.
Por eso llama la atención y causa revuelo el asunto de los huachicoleros famosos y van saliendo a la luz hechos ocurridos ya de tantos años referentes a la sustracción ilegal de combustibles cuyos dividendos pertenecen al erario público para teóricamente impulsar crecimiento y desarrollo.
Recursos que nunca llegan a las arcas por omisión o participación desde las alturas del poder hasta empresarios, gasolineras, transportistas, pueblos, y hasta ya delincuencia organizada.
Al presidente Andrés Manuel López Obrador le sobra razón en este asunto, sobre todo que los ingresos más importantes del tesoro nacional provienen de la industria petrolera, al igual que turismo y los envíos de dinero desde Estados Unidos, hasta los impuestos al consumo y a la producción de los que los pagamos.
Hasta dónde va a llegar, no lo sabemos, qué acuerdos hay, tampoco, lo que sí corresponde a toda la sociedad es que México deje de estar en los últimos lugares de corrupción mundial, 138 de 150, que no depende de buenos y malos, sino del estado de derecho en un país con 50 millones, uno tras otro, de personas con escasísimos recursos.
Ya veremos si la cuarta es la vencida o la vencedora.