La Lengua de TácitaPrincipal

La esperanza es testaruda

Hay días en que me siento frente al teclado como quien se sienta frente a un abismo: sin certeza de si va a volar o a caer. Escribir, investigar, cuestionar, sostener la mirada ante la violencia institucional —esa que no deja moretones en la piel, pero sí en el alma— no es una tarea heroica. Es una condena elegida. Un oficio hermoso y feroz que, en tiempos como estos, más que vocación, parece una forma muy elaborada de autoflagelación.


Lo confieso: me pregunto si tengo la fuerza, la templanza y la voz suficientes para hacer periodismo de verdad; ese que obliga a hurgar en la corrupción, que desnuda discursos de cartón y que, al borde del precipicio, extiende una mano de palabras. Porque el temple no es un escudo, es una grieta; no es frialdad, es resistencia emotiva. Y cuando una se topa con las cloacas del poder —como me pasó la semana pasada con el caso del CEJUM—, no hay blindaje que valga. Me temblaron las manos, sí, pero también me ardió el pecho.


¿Cómo no estremecerse ante la podredumbre de una institución creada, en teoría, para proteger a las mujeres, y que hoy se ahoga en simulación y corrupción? ¿Entonces qué tenemos? Fachadas. Escenarios. Montajes de justicia.

El caso “LadyCejum” fue la chispa, pero no el fuego. Lo verdaderamente incandescente fue descubrir que esa casa de justicia para mujeres —ese lugar que debería ser refugio y no trinchera— está infestada por una lógica perversa de simulación burocrática, de abandono sistemático, de estructuras oxidadas que sólo fingen servir.
El problema no es solo la falta de resultados. Es la costumbre de simular. La naturalización de que los espacios de justicia para mujeres sean manejados como cajas chicas de operadores políticos sin ética ni humanidad.

Y cuando me tocó exponer públicamente esta verdad incómoda, lo hice también pensando en otro caso que me sigue quemando el estómago: el del funcionario de la SEV, ese que cobra más que la gobernadora (sí, más que ella). Un sueldo de $69,873.64 pesos mensuales, en un estado donde hay escuelas sin agua potable. Esto no es una anécdota: es una afrenta constitucional. Lo dice el artículo 127 de nuestra Carta Magna, no yo.


¿Y qué pasó cuando lo denuncié? Nada. O peor: silencio administrativo. Como si levantar la voz fuera solo un berrinche y no una exigencia necesaria.

El lunes me enfrenté a una decisión que había estado evadiendo: ir a la conferencia de prensa de la gobernadora y exponer el caso. Aunque es más fácil no ir, más fácil no preguntar, sé muy bien que el silencio no es neutralidad: es complicidad. Con ello decidí también hacerme cargo de mis palabras, no esperar a que alguien más cuestione lo que yo me estoy cuestionando. Porque a veces, la congruencia es lo único que nos queda.
Fui porque no puedo exigirle al poder valentía, justicia y verdad si no estoy dispuesta a ejercer las tres. Y a estas alturas del camino, he aprendido que de los derechos no sólo se habla: se exigen y se practican.

En la sala de prensa del Gobierno del Estado estuve en muchos momentos desde mi infancia. Recuerdo con gratitud a esa recepcionista que me entretenía mientras mi padre trabajaba. Después, cuando mi vida laboral comenzó, me tocó ir un par de veces en suplencia de mi compañero reportero que cubría al gobernador. Fui con la consigna de mi jefe de información: no había mucho qué cuestionar o reflexionar; lo importante era sacar la nota y ya. “Vamos bien”… y hasta la fecha sigo esperando “lo mejor”.


Desde la última vez, perdí por completo el interés de volver a esa sala donde cada rincón resguarda el eco de promesas rotas, de discursos diseñados para emocionar sin comprometer, de silencios más estruendosos que los aplausos. Recuerdo haber fantaseado con poner un detector de mentiras. Esa fantasía me hizo divertirme mucho. Pasaron varios protagonistas de diferentes colores, y yo no volví. Ni en fantasías.

Esta vez no fui por un jefe ni por una línea editorial. Fui por convicción. Fui porque no quiero vivir en un estado donde los gobiernos simulan, los funcionarios se esconden y la prensa se autocensura. Fui porque creo que decir la verdad sigue siendo un acto de amor radical.


Martes 5 de agosto, en punto de las 10:30 dieron el acceso. Ahí estaba, una vez más, entrando a esa sala. Parecía que el tiempo se había detenido: tal cual la recordaba. Lo mejor fue que alcancé un buen lugar, me acomodé, alisté mi equipo. Cuando volteé hacia atrás, la sala estaba llena, muy llena. En medio del tumulto apareció Benita, la coordinadora de Comunicación Social del Gobierno de Veracruz. Llamó mi atención su amabilidad. Saludó a todos, no desde las ínfulas de funcionaria, sino desde el lenguaje único que tiene la prensa. Pero mi emoción duró poco: anunció que solo seis periodistas podrían preguntar, y serían los primeros en haber llegado. No necesité mucha astucia matemática para saber que yo no estaba entre esos seis. Pensé en salirme y ver la conferencia en internet. Pero me quedé.

De pronto, apareció. Su entrada fue como esperar los resultados de una rifa: ¿con quién viene acompañada? Detrás de ella aparecieron Xóchitl Molina, secretaria de Cultura; Ricardo Ahued, secretario de Gobierno; y, por último, Leonardo Cornejo, titular de la Secretaría de Infraestructura y Obras Públicas.
Durante 36 minutos, Molina y Cornejo se encargaron de presentar logros y datos por los que, según ellos, todos los veracruzanos deberíamos sentirnos orgullosos: que si Veracruz es el invitado de honor en el Festival Cervantino, que si se van a invertir 2,537 millones de pesos en infraestructura carretera, que si esto generará 6,880 empleos directos.
Claro que son buenas noticias. Es más, por momentos me mantuve entretenida con las presentaciones. Si las cifras cupieran en diapositivas, y no necesitáramos que esas cifras se tradujeran en vidas salvadas, en puertas abiertas, en políticas coherentes… creo que hasta lo habría disfrutado.
Pero en esa sala todos esperaban la segunda parte: las preguntas y las respuestas.

Fue entonces el turno de Ricardo Ahued, a quien reconozco su habilidad expresiva. Porque, aunque le toque abordar temas difíciles, lo hace con un gesto muy humano. Así comenzaron las preguntas. Cada una fue respondida y bateada con intención de home run. Eran temas delicados, pero antes de que el bate alcanzara la pelota, ya se había deshecho en el aire. Bueno… casi todas, porque un par de pelotas fueron flores lanzadas a la gobernadora, que provocaron risas burlonas, no solo entre los compañeros de prensa, sino también entre miembros del gabinete y la misma mandataria.

Para ese momento me sentía incómoda, molesta y decepcionada. No quería seguir siendo testigo —y mucho menos cómplice— de ese circo. Mientras la gobernadora respondía a halagos y a ciertos cuestionamientos que, más que evidenciar una realidad política, parecían victimizarla, yo no podía dejar de pensar en lo absurdo. Sí, una figura pública como una gobernadora está expuesta a ataques políticos —lo sé— y debe cuidarse de ellos. Pero justo por eso, con más razón, es indispensable que haga frente a lo que está mal en su gobierno.
Poner a sus funcionarios a publicar elogios no resuelve los problemas: los encubre. Y ese intento de acaparar su único momento de contacto con los medios —que son, o deberían ser, el vínculo directo con la ciudadanía— con una avalancha de diapositivas de “buenas obras” para evadir los temas sensibles, no genera orgullo. Genera hartazgo.

Mientras recitaba palabras de un discurso cada vez más lejano a la realidad, el coraje empezó a llenarme. Habló de un “proyecto de nación de Estado”, invocó a Andrés Manuel, a la presidenta Claudia Sheinbaum, habló del amor a la patria… para luego sacar a escena al “régimen anterior” que, según dijo, se niega a morir a través del golpeteo político.
Y entonces, por un instante, se abrió mi esperanza. Dijo: “¿Fallas? Claro que tenemos”. Pensé que estaba a punto de presenciar un hecho histórico, que esa sala dejaría de ser cuna de simulación y discursos prefabricados. Pero no. El show siguió.
Habló de las confrontaciones dentro de su partido como pretexto para introducir lo que tiene muy claro: “Impulsar Veracruz. Tengo que trabajar para su desarrollo, su infraestructura. La cultura y el turismo han sido para mí una palanca muy importante para poner a Veracruz de moda, para que volteen a ver a Veracruz. Hoy en día, Veracruz ocupa en el escenario turístico ya un punto. Lo están volteando a ver.”

Mientras hablaba, me resultaba inevitable discutir mentalmente. Y es que, Gobernadora, Veracruz ha estado de moda desde hace muchos sexenios. Veracruz es y ha sido internacionalmente reconocido. Es un estado inmensamente rico en tradiciones, en cultura, en clima, en gastronomía, en geografía.
Lo que pasa es que ha sido saqueado —una y otra vez— por gobiernos corruptos y atroces. Por favor, esta vez hágalo diferente. ¿Qué necesita? Muchos estamos dispuestos a ayudar. Veracruz merece algo más que “estar de moda”. Merece justicia, memoria, verdad.

Mi atención regresó a la gobernadora cuando dijo:
“Los actores políticos que tenemos un cargo o una representación, tenemos que asumir nuestras responsabilidades, si lo hacemos bien o si lo hacemos mal, y tenemos que pensar primero en el país. En este caso, yo tengo que pensar primero en Veracruz antes que cualquier cosa, qué es lo mejor. Y si afectan o no al movimiento, bueno, pues allá ellos, cada quien es responsable. Este es un movimiento democrático, y a veces no lo entendemos. O que digan: ‘todos tienen que estar alineados con la gobernadora’… No, de ninguna manera. Aquí cada quien es libre de pensar, de decir o de hacer…”

¡Pum! Otra vez me disocié. Lo único en lo que podía pensar era en la cascada de publicaciones de sus funcionarios adulándola.
“…sin pasar por los derechos ni respeto de otras personas”. Esa frase me dio el valor, porque lo que yo he estado investigando representa completamente lo contrario a ese discurso.
Hacer mención de derechos que claramente hoy están siendo violados me detonó. Entonces, se apoderaron de mí la rabia y el coraje para alzar la voz e intentar preguntar.

Pero la Gobernadora me calló. Me calló con un “¿me permite?” que sonó a portazo. Me quedé callada, pero no muda. Ella continuó con un discurso que les mentiría si dijera que escuché, porque ya no puse atención. Después de eso, cortó de tajo y salió con sus acompañantes, veloz, huyendo tal vez de lo incómodo o —como ella generalizó— de “zopilotes”.

Pero la mala nueva es esta: los zopilotes no sólo rondan allá afuera. También anidan dentro. No necesitan volar desde otras tierras para oler la carroña; les basta con respirar el aire viciado del poder. Y mientras el corazón siga descomponiéndose desde dentro, seguirán llegando, convocados por el hedor, hambrientos y puntuales, a la mesa del festín.

Cerré los ojos, respiré hondo y, una vez más, me pregunté qué chingados estaba haciendo ahí, en esa sala que parecía encantada por una maldición.
Salí con mis compañeros, con esa pinche emoción que logré identificar en varios rostros. En la puerta, alguien me detuvo:
“Escribes bien, no dejes de hacerlo. Queremos seguir leyéndote.”

La voz y la mirada de esa joven compañera me sacudieron. Me recordaron que el periodismo —como la justicia— es un acto de fe. Fe en que denunciar no es solo una forma de resistir, sino de construir algo mejor. No escribo porque crea que las cosas van a cambiar mañana. Escribo porque no puedo dejar de creer que algún día lo harán.
Porque si no alzamos la voz para narrar lo que incomoda, el poder seguirá repitiendo la historia falsa.
Debemos seguir apuntando con nuestras preguntas hacia lo más alto, porque allí donde la pregunta se convierte en silencio, la impunidad se fortalece.
Porque algún día, quizá no tan lejano, esa sala dejará de oler a simulación.

Y aquí estoy nuevamente, con rabia, con tristeza, con esa esperanza testaruda que no me ha abandonado, aunque a veces la encuentre dormida entre los escombros.

Gobernadora, una pregunta:
Según datos de la Plataforma Nacional de Transparencia, el director de Actividades Artísticas de la SEV, Ángel Borjas Solorza, percibe un sueldo neto mensual de $69,873.64, cifra que excede el tope legal de $53,139.29 para su nivel y supera incluso su propio salario como titular del Ejecutivo, que es de $67,800.42. Esta situación vulnera el artículo 127 constitucional. Además, el funcionario asumió el cargo sin cédula profesional válida, ha sido señalado por amenazas a docentes, y a la fecha no ha presentado plan de trabajo.

En paralelo, el Centro de Justicia para las Mujeres atraviesa una crisis de legitimidad. Además del escándalo de la funcionaria suspendida, la titular del CEJUM, Pamela Ortega Medina, incorporó a su pareja sentimental a la nómina con un salario de $21,588.94, mientras su empresa IMCOCO aparece en el padrón de proveedores del Gobierno estatal, lo que representa una falta grave al Código de Ética y de Conducta. Su perfil no cumple los requisitos del artículo 39 del Reglamento del CEJUM: no cuenta con especialización ni experiencia comprobable en derechos humanos o atención a víctimas, y enfrenta denuncias por hostigamiento laboral y opacidad institucional.

Ambos casos comprometen el sentido ético del servicio público y envían un mensaje preocupante de impunidad y simulación, tanto en el ámbito educativo como en el de la protección de derechos de las mujeres.
Usted ha anunciado una inversión de 400 millones de pesos para construir nuevos CEJUM en Coatzacoalcos, Orizaba, Álamo y Veracruz-Boca del Río. Lo cual es una gran noticia, porque Veracruz necesita espacios de justicia dignos, humanos, funcionales.
Sin embargo, en un estado donde tantas mujeres aún huyen del miedo y tocan la puerta de la justicia con la esperanza rota:

¿Cuál es la justificación técnica y legal para mantener en funciones a perfiles cuestionados en áreas tan sensibles como la educación y la protección de víctimas? ¿Qué hará su gobierno para que esa puerta no vuelva a cerrarse y, esta vez, al abrirse, ofrezca una respuesta digna, humana y real? 

LOS NOPOS QUE VIVEN EN LOS BASUREROS… HASTA DE LA HISTORIA

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