*Esa muerte que cabalga con maldad. Día a día. Camelot.
Hace unos días (28) fue secuestrado el doctor Roberto Arreguín Zavaleta, un médico muy humano, internista que atendía a sus pacientes en su consultorio en la Cruz Roja de Córdoba. Lo levantaron un día y supe que la familia pagó el rescate y los secuestradores faltaron a su palabra. No lo devolvieron con vida. Es muy doloroso. A muchos de nosotros nos atendió el doctor y se dejó apreciar por lo humano y buena gente. Enlutece a la medicina, corta la vida de un hombre que siempre ayudó al prójimo, si la paciente era pobre, de ahí mismo sacaba la medicina que dejan los laboratorios y les obsequiaba los antibióticos, tan caros ahora. ‘No la compres, madrecita’, se escuchaba de afuera del consultorio. Pierde Córdoba a un médico ejemplar. Perdemos todos a un médico muy humano, nacido en Orizaba, que siempre al salir de consulta te ibas con la seguridad de que lo que te recetaba te aliviaría. Es muy cierto que la maldad se ha enseñoreado en este país. Que día a día el flagelo de los secuestros van a la alza, pero supe también que fueron detenidos estos delincuentes, y eso alivia al menos pensar que en este crimen no hay impunidad. La Fiscalía de Jorge Winckler Ortiz se puso las pilas y los sabuesos dieron con ellos, con los secuestradores y presuntos asesinos. Es una lástima que no haya Pena de Muerte en México. Ahí debían ir estas bestias. Hace años el mismo doctor daba consulta en Orizaba, por allí de la Calle Real, un día amenazado partió para Córdoba, a encontrar su muerte años después de manos de estos animales carroñeros, sin escrúpulos. Qué sean malditos por siempre, y que el doctor donde esté encuentre la paz que aquí no encontró, y que Descanse para siempre. A su familia, a su esposa e hijos, nuestro pésame. Se fue un buen hombre.
UN 2 DE OCTUBRE QUE NO SE OLVIDA
Parecería que la vieja consigna de aquel 1968, cuya revuelta inicio en París, conocida como el Mayo francés o Mayo de 1968, cuando París no era una fiesta y aborrecían a la clase pudiente, los jóvenes, contrarios a la sociedad de consumo, tomaron las calles y crearon barricadas y ese aire, esos vientos del cambio llegaron a México con nuestros estudiantes, tragedia que terminó en Tlatelolco. Los comunistas al poder gritaban por todos lados. Y del Sena llegó hasta la antigua y gran Tenochtitlan. Fue una protesta parisina que no prosperó, pero los hizo apretar aquellito. Desde la Sorbona a los campos de Ciudad Universitaria, empezó con pocos estudiantes caminando, pero a los días 10 millones de obreros trabajadores ya les apoyaban, lo que no sucedió en México, aquí los dejaron solos que marcharan y protestaran. La República francesa temblaba. No funcionaban los trenes, ni las fábricas ni los aeropuertos, prácticamente ningún auto circulaba en París, la televisión y radio públicas secundaban la huelga. Hasta el Festival de Cannes se interrumpió. Mayo no acaba nunca, decían en aquel tiempo parisino. Hace 50 años. Como aquí, en Tlatelolco y en CU, donde anoche mismo encendieron un anuncio de luto luminoso en Rectoría, para que no se olvide el 68. La muerte de los estudiantes, baleados por el Ejército y el Estado Mayor Presidencial, que se acuerparon al lado del presidente Gustavo Díaz Ordaz, en París no tenían a un presidente menor, lo gobernaba el gran Charles de Gaulle, jefe de la Resistencia Francesa, el gran general que lidió contra Churchill y los Aliados, incluido Eisenhower, que lo querían hacer menos porque Paris estaba tomado por los alemanes, en aquel tiempo cuando Hitler llegó hasta el Trocadero, a tomarse la foto con la Torre Eiffel atrás, el mejor sitio donde se ve la torre.
EL PARIS DE SARTRE
Allí también apareció el gran filósofo, Jean Paul Sartre, el llamado “Pensador Real del Mayo francés”. Nadie niega que él tomó las banderas de la rebelión, y cuando a De Gaulle le dijeron de apresarlo, detenerlo, el gran narizón dijo: “No se apresa a Voltaire”, y asunto concluido. Con megáfono en mano se aparecía en las barricadas arengando a los jóvenes estudiantes. Casado con la gran Simone de Beauvoir, Sartre formó parte de esa historia. Propuesto para el Nobel de Literatura en 1964, lo rechazó, le dijo a la Academia Sueca que no, gracias. Perdieron esa batalla, como la perdieron los estudiantes en México. Ni cayó De Gaulle ni cayó Díaz Ordaz, ni ningún general, eso sí, hubo un antes y un después, y Sartre dijo: “Una batalla perdida es una batalla que uno piensa que ha perdido”.
En México, a los 50 años de la matanza de Tlatelolco, el jefe de gobierno se atrevió, por su cuenta, como dijo, sin pedir apoyo a nadie, a quitar las grandes placas de cobre del Metro donde se anunciaba que había sido creado y hecho por Gustavo Díaz Ordaz. Lo borró del mapa, como en España quieren borrar a Franco del Valle de los Caídos. Sacar su cuerpo y entregarlo a la familia. No más mausoleos, no más placas donde se advertía el autor del Metro.www.gilbertohaazdiez.com