Con b de burro o con v de vaca. Camelot.
Sale esta columna lunesina (es referencia al día lunes ¿estará bien dicho o escrito?), escribiendo de la mala ortografía. Todo porque en un cartelón de la mismísima Universidad Veracruzana, alguien puso Univercidad con C, así: Univercidad. Y nosotros, que a veces nos sentimos puristas del lenguaje, los pelos se nos pararon de punta. Para la ortografía se necesita una poca de gracia y otra cosita, como para bailar La Bamba, que según Wikipedia es un conjunto de reglas que establecen cuál es la forma correcta de representar los sonidos o fonemas de una lengua por medio de letras. Uno, que tuvo buenos maestros en primaria, que es donde comienzas a aprender a leer y escribir bien, puede razonar que las faltas de ortografía obedecen y se le pegan a gente que poco ha leído. Si usted ha devorado libros o periódicos diarios, como debe ser, difícil es que se le escape una falta de ortografía y distinga entre el Halla y Allá. Alguna vez este escribiente, no por error de dedo, por error de apreciación, escribí Azar en lugar de Azahar. Que una cosa son los juegos de azahar y otra el azar de la vida, que es una casualidad. Hay veces que uno se atonta, como este que escribió Univercidad con C. Y le pusieron orejas de burro.
EL GRAN GABO
Gabriel García Márquez cometía faltas de ortografía al escribir sus obras. La causa era que cuando escribía, como confesó en un fax desenfadado a Carmen Balcells, su agente literaria: “Yo le ovedesco más a la inspirasión que a la gramática”.
¿Qué opinó Gabriel García Márquez sobre la ortografía?
Al abogar por simplificar la gramática, García Márquez propuso: “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna; enterremos las haches rupestres; firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota; y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer la grima donde se escribe lágrima.
En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
Cuentan los expertos que a los grandes como Hemingway y Scott Fitzgertald, los correctores tenían que aplicarse para que las faltas de ortografía no se colaran a sus escritos en diarios o libros. Como se le cuelan los balones a Memo Ochoa, el portero mas goleado de Europa.
Marcel Poust no escribía con puntos, no le gustaban, utilizaba solo comas. Juan Ramón Jiménez, llegó a decir que su jota era más «hijiénica» que la «blanducha g». Después, por antipatía a lo pedante. ¿Qué necesidad hay de poner una diéresis en la «u» para escribir «vergüenza»? Nadie dice «excelentísimo» ni «séptima», ni «transatlántico», ni «obstáculo», etc. Antiguamente la esclamación «Oh» se escribía sin «h», como yo la escribo hoy, y «hombre» también. ¿Ya para qué necesita «hombre» la «h»; ni otra, «hembra»? ¿Le añade algo esa «h» a la mujer o al hombre? (…)».
En fin.