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Las rataplaneras, precursoras de las vedettes

A mediados de la década de los años 1920, llegó a México el espectáculo francés ¡Voilá le Ba-ta-clan! donde figuraba un grupo de bailarinas semi-desnudas. En esta época, la tradición mexicana de la “revista teatral” abarcaba desde vistosos espectáculos en teatros importantes, hasta pequeños y delirantes espectáculos de carpa. La intención era acercar el teatro al pueblo, volverlo accesible y entretenido. Los espectadores tenían un papel protagónico en dichos espectáculos.

De inmediato, se armó un tremendo alboroto entre el público que pagaba cualquier cantidad por la lujuriosa función. Después de los largos años de la Revolución y de las luchas por el poder, existía gran avidez de diversiones, sobre todo por parte de quienes tenían la posibilidad de gastar en ellas.

Fue tanto el éxito del espectáculo francés que, de inmediato, el astuto empresario teatral mexicano José Campillo armó con unas bailarinas guapas un espectáculo parecido al que llamó Mexican Rataplán. Algunas rataplaneras como Carmen Montoya, Delia Magaña y Felicidad Quijada, las precursoras de las vedettes de los años 1960, se volvieron rápidamente famosas.

Se trataba de una exhibición en donde las bailarinas, semidesnudas, representaban cuadros costumbristas con cantos de doble sentido, albures y bailes en general. Las actrices que participaban en tales funciones rompían con los modelos sociales impuestos a las mujeres y de cierta manera expresaban unas reivindicaciones feministas. No se puede olvidar que, en esas mismas fechas, famosas artistas feministas como Naui Ollin, Frida Kahlo y Tina Modotti no vacilaron en posar desnudas.

La palabra Rataplanera se volvió rápidamente el apodo de la mujer que sin ser ama de casa, ni secretaria, traía dinero para darse sus lujos y pagarse sus caprichos. También se llamaba así a la mujer que tenía dos pretendientes al mismo tiempo y aceptaba regalos de ambos. La Rataplanera era el nombre de la fierecilla indomable que le rehúye a los ramos de azahar, que no terminaba por quedarse al lado de un hombre, a la que le encantaba el vacilón y la extravagancia.

De inmediato, se puso de moda este tipo de espectáculos. Otros empresarios teatrales entraron al negocio, desde el Teatro Lírico hasta los teatros de barrio, y también en ciudades como Monterrey. Pero todavía no se permitían espectáculos nudistas, sólo dominaban el ambiente y su lenguaje lleno de insinuaciones.

Campillo hizo fortuna en el negocio del entretenimiento para adultos, y hasta fue solicitado en Cuba en donde llegó anunciándose “ni una vieja, ni una fea”.

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