*De Juan Villoro: “Nadie nos educó para la calma. Si el rencor o el miedo se alimentan de sí mismos, la paciencia es más difícil porque necesita estímulos”.
Hay que comenzar el año, como se terminó, escribiendo. Los libros lo son todo, en tiempo de pandemia, cuando el huamachito florece y el aburrimiento se mata con la lectura, entre Netflix y Roku y los programas deportivos en tele, la vida se nos va y llega el bendito 2021, donde esperamos todos ser vacunados y ojalá el Preciso entienda razones y permita que las compañías privadas puedan acceder a la compra de la vacuna, para que pueda ser vendida al mejor postor en público o a que las empresas particulares las pueda ofrecer a sus empleados, como ya lo han expresado algunas. Es el año que empieza con promesas renovadas, esperando que ningún chino se desayune o coma ahora en este año, un murciélago a las brasas. Se fue la Nochevieja y llegó la esperanza del Nuevo Año, y asombra saber que Reino Unido ya ha vacunado a un millón de sus nacionales, algo para Ripley, cuando los gobiernos se ponen las pilas, como el de Mamá Merkel, las emergencias se combaten con eficiencia. No con saliva y palabras y más palabras. Y encontré un libro viejo, del escritor de diario El País, Juan Cruz.
EL DE JUAN CRUZ
Lo comento, ‘Egos revueltos’, del gran Juan Cruz: “Se dice que los escritores desayunan egos revueltos. Pero, ¿podrían escribir sin ego? El ego los defiende del principio de incertidumbre (nadie te quiere, nadie te va a leer), está en su naturaleza. No es una enfermedad, es parte de su ser. Su desayuno”. Desmenuza Juan Cruz los egos de los escritores: “La leyenda sobre los escritores egocéntricos deja fuera a los que parecían sencillos. Pero Julio Cortázar, por ejemplo, o Juan Rulfo, o el insumiso Juan Carlos Onetti, por nombrar a algunos de la lista de los modestos, pasaron a la historia por su modestia registrada, y sin embargo sobre ellos pesan anécdotas que desmienten que fueran santos de la humildad. Cortázar le escribió a José María Arguedas recordándole que él dirigía una orquesta en París mientras que Arguedas tocaba la quena en Perú. Rulfo dijo que escribió Pedro Páramo porque no hallaba uno similar en su estantería. ¿Y Onetti? Siempre pensamos que le daba lo mismo ser conocido o ser desconocido, pero a la semana de la salida de sus libros llamaba al editor: “¿Y esos anuncios?”.
Manuel Vicent suele decir que los escritores van por las noches a las librerías a cambiar de sitio los libros, para poner los suyos en las filas más vistosas, y que por las mañanas las estanterías aparecen manchadas de sangre, tal ha sido la lucha cruenta, egocéntrica, entre los volúmenes.
Quien no perdonaba era Octavio Paz. Tenía el mandoble del ego siempre dispuesto, en cualquier circunstancia y ocasión. Un día se le ofreció una colaboración, en un suplemento internacional; tomó la pluma y comenzó a tachar nombres para él indeseables. ¿Y por qué, don Octavio? “Me desmerecen”.
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