En esta ocasión nos encontramos en el Octavo distrito de París en el teatro de los Campos Elíseos, cuyo estilo mixto, entre clásico y art-déco, constituye un ejemplo de la arquitectura de principios del siglo XX en Francia. Esta sala de espectáculos, inaugurada en 1913, fue totalmente construida en concreto armado, una técnica innovadora en la época. Los bajo relieves de la fachada, que aluden al tema de las artes, están esculpidos en mármol blanco, y empotrados en la estructura de concreto.
La sala principal que cuenta con 1,905 asientos, es roja, oro y gris. Rojos son los asientos y la tapicería, dorados los recubrimientos de madera y gris el mármol de los balcones. La cúpula de cristal está pintada al fresco y representa nubes y rayos de luz.
Los muros del vestíbulo utilizan la misma técnica y representan escenas de la mitología. Otra característica arquitectónica innovadora para la época es la ausencia de columnas que obstaculicen la vista del escenario por lo que el espectador cuenta con una visibilidad perfecta.
Fue precisamente en la sala principal del teatro de los Campos Elíseos que asistimos a la representación de “Orfeo y Euridice” del compositor Christoph Willibald Gluck en su versión italiana. Esta ópera retoma el mito griego de una pareja separada por la muerte. Orfeo debe bajar a los infiernos a buscar a su difunta esposa Euridice y, después de vencer múltiples obstáculos, regresa con ella al mundo de los vivos. La puesta en escena de Robert Carsen es sobria y da prioridad a la música y al canto. Los coros se complementan perfectamente con los protagonistas que fueron encarnados por Philippe Jaroussky y Patricia Petibon, dos intérpretes excepcionales de un drama lancinante.