N. de R.- Gatillo Caliente es un espacio colocado en la sección de Opinión de nuestro diario digital donde publicaremos diferentes géneros periodísticos, pero en especial la narrativa, cuento, cuento fantástico y crítica. Gracias por leernos.
Corría veloz, era una hermosa vereda en medio de árboles y matorrales. Delante de mí avanzaban dos perros, amarillo y pinto, felices de ir jugando entre ellos y conmigo.
De pronto, en medio de esa alegría que se conjugaba con la brizna fresca en las plantas y hierbas llegamos al lecho de un río.
Cristalino, el torrente transparente corría en medio de las piedras, libre, en un solo camino hacia el mar eterno.
Vi un remanso y me acerqué a beber esa agua que presagiaba pureza y saciedad.
Al acercar la cara al agua para beber, mi sorpresa fue tan grande que di un gran salto hacía atrás.
¡No podía creerlo!, en lugar de mi cara humana acaba de ver la imagen de un perro negro.
Quise restregarme los ojos con las manos solo para aterrorizarme al ver que en lugar de manos tenía unas patas de perro, de pelo negro.
Luchando contra mi terror, me obligué a volver al remanso solo para comprobar que era un perro negro, hermoso, azabache, de pelo corto y unos ojos amarillos.
Salí del agua y presa de un pánico que se trastocaba en locura corrí y corrí por el mismo sendero que me había llevado al río caudaloso.
Con sorpresa noté que los perros que me acompañaban se adelantaban y por más que corría a toda velocidad no los podía alcanzar y de repente comenzaron a reír y a mirarme sin detener su loca carrera solo para decirme felices: eres libre ¿qué no lo ves? Eres libre y feliz me dijo el otro.
Y era verdad: Sentía una libertad inmensa y una paz jamás experimentada.
De pronto mire al piso y mi sorpresa fue mayor al percatarme que corría a toda velocidad, sin cansancio y sin que mis patas tocaran el suelo.
Corría suspendido en el aire y no sentía cansancio y volví a disfrutar de la frescura de la mañana, del aire frío pegando en mi cuerpo y de repente me volví a ver en mi cama, viendo una gata negra enorme que estaba suspendida en el aire cerca de mis pies.
Se movía parsimoniosamente, me miró y dijo: Ya eres libre y podrás venir a jugar conmigo.
¡Párate! Vamos a jugar y en los pies de mi cama, observando, taciturno, con sus alas pegadas al cuerpo un zopilote.
Desperté sobresaltado, eran las 7 de la mañana. Más que miedo, sentí las ganas de volver a ser libre en esa carrera por el campo…convertido en un perro negro.