Fundada en 1703 por el Zar Pedro el Grande, la ciudad rusa de San Petersburgo debe su nombre al apóstol Pedro. Es la segunda aglomeración en importancia del país y ha cambiado de nombre varias veces según las vicisitudes de la historia: Petrogrado durante la Revolución Rusa (1914-1924), Leningrado en la época soviética (1924-1991) y, a partir de 1991, nuevamente San Petersburgo.
Sede del antiguo poder imperial ruso, esta ciudad es fastuosa y sus principales monumentos recuerdan la riqueza enorme de la nobleza que erigió magníficos palacios a todo lo largo de las principales avenidas y plazas. Dichos monumentos se encuentran rodeados de parques y jardines adornados a profusión con esculturas y resguardados por imponentes rejas de metal forjado.
Uno de mis monumentos preferidos es la iglesia del “Salvador sobre la Sangre Derramada”, un templo ortodoxo de estilo ruso tradicional, colorido y brillante, situado a la orilla de un canal. Justamente, numerosos canales atraviesan la ciudad dando curso a tres ríos: Neva, Fontanka y Moïka. El paseo en barco entre ríos y canales es otra deliciosa manera de recorrer San Petersburgo.