Siempre he evitado hablar de mí misma en esta columna, pero en esta ocasión quisiera, de manera excepcional, compartir con ustedes lectores, mi experiencia personal. Desde que puse un pie en el islote de Spinalonga sentí una profunda tristeza que resultaba incompresible, pues el mar es azul turquesa, el paisaje hermoso y la travesía en barco muy agradable.
Después entendí el porqué de esta melancolía. Entre 1904 y 1957 este islote cercano a la isla de Creta sirvió como leprosería. Esto implica que los infelices enfermos de lepra de toda Grecia eran concentrados en Spinalonga para no contaminar al resto de la población.
Por supuesto, no podían salir de ahí ni recibir visitas, se encontraban completamente aislados no sólo de sus familias, de sus amigos y de sus seres queridos, sino del resto del mundo. Su única esperanza era morir pronto sin sufrir demasiado a causa de la enfermedad incurable que era entonces la lepra.