La Tía Tana vive en una de las colonias más populosas de Xalapa. Junto a su casa pasa un canal de aguas sucias que acaso en otra época fue arroyo, río o algo parecido. Nos narró que hace un par de años, al atardecer del jueves santo asomó la cara por la ventana de su humilde morada porque escuchó gritos y risas de chiquillos. Descubrió a varios niños vestidos con harapos, quienes la observaban fijamente entre burlones y curiosos. Percibió algo fuera de lugar y ciertos destellos malignos en la mirada de cada uno de los pequeños seres. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la Tía Tana. Los chamacos no eran del rumbo y ni siquiera había vecinos y menos a esa hora. Intentó hablarles y no pudo. Quiso cerrar la ventana para retirarse y tampoco le fue posible. La tía estaba paralizada.
–¡Dios mío, ayúdame. Son demonios o duendes. Éstos no son cosa buena. Lo presiento! –pensó aterrada y comenzó a rezar en silencio un Padre Nuestro.
Los espantosos entes brincaron como monos uno tras otro hacia el hediondo canal y desaparecieron.
Alcanzó a escuchar espeluznantes carcajadas que parecían no provenir de niños y mucho menos de humanos. Cada año rememora la siniestra vivencia y, aunque la Tía Tana es muy valerosa, por nada del mundo desearía que se repitiera el evento.
Por ello sus sobrinos y nietos la visitan y acompañan en estos días de Semana Santa. No quieren dejarla sola.
Algunos de sus parientes piensan que tal vez la Tía Tana, que siempre ha sido muy seria, sufre de alucinaciones por la edad. No sabe con exactitud cuántos años tiene. Pero son más de 80.ResponderResponder a todosReenviar
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