*Insensibilidad magisterial
*Cuarentena con tianguis
*Autoprotección indígena
De acuerdo a la opinión de especialistas y evaluaciones del sector oficial, después de pasada la pandemia del COVIT-19 que siembra lágrimas, dolor, terror y luto en numerosos países del mundo, incluyendo las tierras mexicanas, a las secuelas y angustia, desesperanza y luto se le sumarán mayores efectos colaterales, que incluso ya se advierten en nuestros entornos y que habrá de convertirse en una pesada cuesta que obligadamente tendremos que escalar.
Ciertamente la intervención oportuna (debe reconocerse) por parte de las autoridades sanitarias mexicanas, para reducir las posibilidades de mayores niveles de contagio, lo que hasta el momento ha favorecido el que no colapsen los servicios en los centros asistenciales, constituye una aportación que de forma significativa atempera y disminuye los niveles de contagio, escenario alentador que, de continuar, habrá de confirmarse como el acierto más sobresaliente en el renglón de contención del coronavirus.
De hecho, si de los actuales días a finales de mayo el desarrollo del contagio pandémico se mantiene en el ritmo y marco que hasta la fecha se ha registrado, se convertirá en realmente factible el confiar en su decrecimiento que nos induzca al paulatino restablecimiento de la normalidad, escenario hacia el que todos los mexicanos aspiramos.
Y si tal es la afortunada historia que frente a sí tendremos, aparejado al concepto de fortuna, habrá que agregarle no sólo buena ventura, sino reconocer con claridad que los mandos médicos y toda la estructura de salud pública e incluso privada, respondieron a las esperanzas y ruegos de la sociedad por entero, para detener y expulsar a un terrible enemigo que en su corta presencia ha cobrado numerosos víctimas, algunas de ellas arrastrándolas hacia la fatalidad.
En México, en el transcurrir de los actuales días, las gotas de las escasas lluvia se confunden con las lágrimas de las familias enlutadas a causa de “un enemigo”, que ni cultivamos ni invitamos a nuestro seno, pandemia criminal que nos asecha y que se hace sentir por el estremecimiento de sus víctimas, agredidas en claro estado de indefensión por la invisible peste.
Y hoy nos anuncian que sin pretenderlo o buscarlo, e incluso sin imaginarlo, arribamos a la amenazante tercera etapa, la más peligrosa, la que ambiciona con su aliento mortal expandir el contagio cual verdugo apocalíptico, escenarios preocupantes y angustiantes que obligan a los más jóvenes a dirigir la mirada hacia los más viejos, los padres y los abuelos, para diseñar emergentemente alguna ruta de salvación que permita eludir a sus mayores del aniquilamiento, mientras ellos a la vez elevan ruegos para que nada le suceda a su descendencia, porque siempre será mejor y más natural que las víctimas seamos los mayores, a más de que en parte “culpa nuestra” es el país que conformamos con todo y sus pandemias.
Nada es más terrible en una guerra que sean los jóvenes los sacrificados, por generaciones así lo han pensado y asentado los abuelos, porque al final del día quienes debemos o deberíamos partir somos los ancianos, porque “lo natural” es nacer, crecer, crear, multiplicarse, envejecer y morir, pero las pandemias son por su propio origen y efectos claramente antinaturales, sus alcances exterminadores no tienen reglas, porque precisamente su finalidad es el exterminio y, bajo tales sombras, las víctimas primeras habrán de ser los que han transitado por mayores etapas de desgastes orgánicos, por lo tanto, qué mejores candidatos que los ancianos.
Así las cosas, estamos introduciéndonos a la tercera etapa de los espacios pandémicos, la de mayores riesgos, pero también la que si unimos esfuerzos en torno a tácticas médicas apropiadas, podría representar la antesala del fin de la pandemia, en ello habrá que aplicarnos, sobre todo para salvaguardar a nuestra descendencia… Y pareciera que en ésas estamos.
LO QUE SE LEE
Cuando en los marcos del sindicato nacional del magisterio se escucha que el actual periodo de clases se prolongue hasta el mes de agosto, para recuperar el tiempo perdido y atender asuntos administrativos que el magisterio tiene pendiente con el Gobierno, pareciera que los maestros del sector público califican la inasistencia de alumnos a las escuelas en las últimas semanas, como si los chamacos en lugar de sufrir miedo, angustia y el fastidioso aislamiento por la pandemia, fueron enviados “a bellos días de etapa vacacional”.
Las referencias, por sí mismas, son indicadoras de la escaza sensibilidad que priva en el sistema de educación dependiente del Gobierno, lo que no habla bien de un sector que debería “privilegiar al alumnado”, antes que colocarlos en los contexto de temas sobre “pendientes sindicales” entre la administración pública y el sector magisterial… Ni de más, ni de menos.
LO QUE SE VE
Lamentable y preocupante las referencias en el sentido de que, al instalarse el habitual “Tianguis Pancho Villa” en el municipio de Coatzacoalcos, sus espacios se contemplaron copados por el impresionante número de consumidores, obviamente sin respetar “la sana distancia” que la pandemia impone y, prácticamente la totalidad de los consumidores así como los tianguistas, refiriéndose totalmente ajenos al uso de tapabocas prescrito como obligatorio por las autoridades sanitarias.
Pero en el tema también resulta válido el cuestionar: “Y las autoridades del sector salud, así como los integrantes del cuerpo edilicio municipal… ¿Dónde se encontraban?… ¿Acaso las normas para el tema en referencia no se encuentran claramente establecidas por parte de las autoridades sanitarias?… Ante tales escenarios ¿se debería acreditar que en Coatzacoalcos el tema de la pandemia no es relevante ni prioritario?
Quienes no asistieron a dicha vendimia en esa zona costera del sur veracruzano, elevan los ruegos para que dicho desacato no origine el incremento en el número de contagiados, englobando las cifras de las pandemia que nos mantiene en prolongada cuarentena.
LO QUE SE OYE
Llama considerablemente la atención las reflexiones expuestas por el talentoso político mexicano Porfirio Muñoz Ledo, quien expresa en redes de internet, que “la sabiduría de los pueblos indígenas los protege del COVID-19, quienes mediante acuerdos comunitarios han proscrito cualquier visita, incluso de sus propios familiares, estableciendo retenes humanos para su total aislamiento y control estricto del abastecimiento externo”.
“El Estado mexicano -señala Don Porfirio- debe transmitir la información sanitaria en sus distintas lenguas y apoyar a los pueblos lejanos y desplazados para que no sucumban. Apelo a la Secretaría de Cultura para su intervención inmediata”.