Acertijos

TIEMPOS DE PELICULAS

Columna Acertijos de Gilberto Haz

El cine es la más grande y bella mentira. Todos aceptamos que nos engañen con una historia bien contada. Camelot.

Uno, que viene de otro tiempo, los recuerdos brotan cuando se mira ahora una película en la comodidad de tu hogar, con ese Netflix que debe tener 5 mil cintas para ver. Antiguamente íbamos a los Videocentros y rentábamos para devolver películas el lunes, si se llevaban en viernes. Había recargos y esas cosillas del mercado. Llegó primero la piratería y acabó con esos negocios, luego Netflix acabó con la piratería. Y HBO y todas las demás que se metieron al cine de casa, al que desde la comodidad del reposet escoges la que quieras y la que no te guste a los cinco minutos la abandonas, como se abandonan los zapatos viejos, cantaría Joaquín  Sabina.

Presumíamos porque, en aquel tiempo, se tenían tres cines en el pueblo. El cine Margo, Tierra Blanca y el de la Sección 25, este último era operado por el sindicato de ferrocarrileros y las películas, de allí mi afición al cine, las escogía mi padre, que viajaba a CDMX a ver qué películas se traían a la aldea. Esos tres cines desaparecieron y pasaron los años y el pueblo no tenía adónde ir. Eran sin aire acondicionado, porque eso casi ni se conocía, además, pagar la luz era un desafío económico. Hablo con el biógrafo del pueblo, Fernando Pavón, para preguntar, por si mi memoria falla, cuánto costaba el cine. Lo sospeché, entre 1.50 y 2 pesos, y si iba alguien contigo creo que daban promoción. Un día se me hizo fácil tentonearle a mi padre 100 pesos, que era una lanota para aquellos años y me llevé de invitados a unos cuatro amigos al cine, pero el chismoso boletero le dijo que había pagado con ese billete y con tres cuerazos se solucionó el asunto. Desde aquel día no he tomado nada ajeno. Hay que ganárselo para gastarlo. Buena lección.

THOSE WERE THE DAYS

Así eran aquellos días. Cuento parte de esa infancia porque hoy en día esta generación de hijos y nietos no tienen idea de aquella vida. Ahora solo prendes un botón y te transportan a cualquier parte del mundo, o ves cine o escuchas música. Frente al parque del pueblo había una nevería, Holanda se llamaba, me acordé de ella porque apenas vi una rokola o sinfonola de las que había que echarle una moneda para escuchar las del momento, los discos venían en los llamados extended play, o sea de 45 revoluciones por minuto, el disco duro de 78 revoluciones, que se rompía al caer, ya estaba en desuso y nacía el long play, larga duración, de 33 revoluciones por minuto. Llegaron a costar en las tiendas Discocentro, 67.50 pesos cada uno. La música de rokolas en aquella época eran de Los Platters o Elvis Presley, o los Rebeldes del Rock con Johny Laboriel o el mismo Enrique Guzmán o Cesar Costa o Alberto Vázquez o Angélica María, nuestros roqueros, que hacían unos covers de las canciones gringas de campeonato. A César Costa, el mismo Paul Anka lo presentaba como el Paul Anka mexicano, porque las hacía de primera. Los maletas luego eran los traductores, porque una rola gringa que decía “I need you”, estos la traducían como “Anillo”, y daban risa. Pero entre quien puso el bomp de Enrique Guzmán, pasó la juventud en esa nevería.

Iba a comentarles de una serie en Netflix, pero el espacio se terminó y la dejo para mañana.

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