La invasión norteamericana en 1846-48 ha sido un evento traumático para los mexicanos, por la entrada del ejército enemigo en la capital y la perdida de la mitad del territorio nacional. Innumerables son los escritos y los estudios sobre el tema, pero queda mucho que investigar todavía. En medio de las atrocidades cometidas por ambos lados, sobresalen algunos eventos que no sólo dan tristeza, sino también ternura. Tal es la historia de la muerte del teniente Taneyville, en Huejutla, en la Huasteca, una región relativamente preservada de los combates.
El 7 de agosto de 1847, el comandante Francisco de Garay informó a sus superiores de la muerte por gangrena de este oficial norteamericano, prisionero de guerra. El teniente había resultado gravemente herido en un combate y le atacó la gangrena, por varias semanas. Los dos oficiales lograron establecer lazos de amistad, ya que Taneyville hablaba correctamente el español, después de dos años de combate en México. Su nombre sugiere también un origen francés y es probable que viniera de Nueva Orleans, una ciudad donde existían numerosos hispanohablantes. Antes de su muerte pidió ser bautizado y el mismo Garay aceptó ser su padrino. Cuando falleció, no pudo ser sepultarlo en la iglesia, por el horrible olor, y su cuerpo fue enterrado fuera del pueblo, en presencia de todos los oficiales civiles y militares, de la población y de una guardia de honor de 20 hombres.
La herida mortal de Taneyville tuvo su origen en una serie de malentendidos. Unos 180 prisioneros norteamericanos habían sido llevados desde Saltillo a Huejutla para organizar un intercambio de prisioneros. Toda esta región estaba tranquila, ya que la pequeña guarnición norteamericana de Tampico se quedaba encerrada en el puerto. Enterado de la presencia de los prisioneros y de su situación lamentable, el comandante estadounidense de Tampico pidió su liberación a Garay. Este último manifestó su interés para la propuesta, pero, para autorizarla, pidió órdenes a México, que nunca recibió: en esas fechas se desarrollaban en la capital las peores batallas de la guerra. Pasando el tiempo, los norteamericanos pensaron que Garay se estaba burlando de ellos y mandaron una columna de rescate de 120 hombres con un cañón. Garay logró reunir unos 180 hombres de la Guardia Nacional y organizaron una emboscada exitosa. Resultaron muertos 11 invasores, y 20 más capturados o heridos, entre ellos Taneyville. La retirada de los norteamericanos fue tan rápida que ni siquiera tomaron el tiempo de recoger a sus heridos. Los mexicanos los llevaron a Huejutla, donde, a pesar de los esfuerzos, el teniente agonizó durante varias semanas.
Los prisioneros nunca fueron intercambiados, pero liberados bajo la promesa de no pelear más. Al salir, dejaron en Huejutla al pobre teniente, bajo el cuidado de Garay.
Hasta en esas circunstancias trágicas, esos dos oficiales lograron superar sus diferencias y sus posiciones opuestas para respetarse mutuamente.