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Un mundo por descubrir

“Siempre he preferido el reflejo de la vida a la vida misma. Si he elegido los libros y el cine desde la edad de once o doce años, está claro que es porque prefiero ver la vida a través de los libros y del cine”. François Truffaut, excelente director de cine francés (Los 400 golpes, 1959), tiene todo el derecho a hacer esta confesión. Y si viviera por acá y en estos tiempos, quizá sería todavía más audaz en sus opiniones.

Es muy cierto, muchas veces es preferible ver la vida desde el cine y/o desde los libros. El cine (el buen cine) tiene sus méritos, y la literatura, mucho más antigua que el cine, creo que tiene aún más.

La literatura, sea dramática (teatro), lírica (poesía) y la prosa (novela, cuento) tienen el encanto de inspirar, motivar, transformar y llegan a constituir una alternativa para vivir.

Muchas veces nos preguntamos por qué algunas personas prefieren la mentira a la verdad. Quizá sea por la misma razón que señala Truffaut: porque la realidad es, a veces toda, a veces por pedazos, una triste realidad, conflictiva, de la que se quisiera escapar, o ver desde otro ángulo. Y ese es uno de los méritos de la literatura: nos permite despojarnos, al menos por un tiempo, de la cotidianidad y vivir otra vida, sumirnos en un mundo de imaginación y ensueño.

Hace un tiempo, cuando estaba por registrar mi novela Eufrosina, historia fingida de un delirio, me propuse indagar si acaso en la historia de la literatura ya existiera una novela con ese nombre. Llegué hasta el siglo XVIII, con el texto del sabio maestro valenciano Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781), quien elaboró una espléndida teoría de la novela. Con él encontré que, por allá, por el siglo xv, hubo una Eufrosina, pero se trata de una comedia contemporánea de la alcahueta Celestina, de Fernando de Rojas, y que versa sobre la vida de esa mujer conocida por buscona, semejante a su coetánea.

Para nada, pues. Mi Eufrosina es otra clase de mujer, muy alejada de aquella. Alejada en muchas formas y con muy diversas cualidades y hazañas… Y es mi protagonista porque el relato de sus aventuras y desventuras, como todas las novelas, es una historia fingida, una fábula. Y «toda fábula es ficción, i toda ficción es narración o de cosas que no sucedieron, pero fueron possibles, o de cosas que ni sucedieron ni fueron possibles» (Vida de Miguel de Cervantes, 1737, p. 147).

Me agradó sobremanera lo que aquel sabio valenciano describe de las novelas. Dice, por ejemplo,  que «La novela, que se basa en la acción de unos personajes, enriquecida con diferentes episodios, que genera una cronología ficticia propia, es fusión de materiales reales o imaginados, de carácter a la vez cómico, trágico o satírico […] la novela no puede escapar a las exigencias de principio que tiene cualquier obra: unidad de acción, en el sentido de que los diferentes episodios no se alejen de la acción principal hasta el extremo de difuminarla; verosimilitud; decoro, a pesar de la coexistencia de personajes pertenecientes a esferas sociales opuestas y de actitudes y lenguajes diversos; honestidad; religiosidad, o respeto a la religiosidad; instrucción y deleite. La novela, como los demás géneros poéticos, imita la realidad, la representa. Pero no toda la realidad tal cual es. Lo impúdico, lo obsceno, lo perverso, lo bajo, lo irreligioso, todo eso queda excluido. Realidad embellecida, imitación universal perfeccionadora, se diga con unas o con otras palabras, enfocada hacia el honesto deleite, la instrucción y el fomento de la piedad: ése debe ser el sustrato de la novela».

Y más adelante: «reconocer que lo verdaderamente esencial en la novela es el yo del narrador que elabora y reelabora los materiales que desea (o puede) y le convienen a su obra, provengan de donde provengan y tengan el cariz que tengan sea en lo moral, en lo religioso o en lo político; entender la novela —o la literatura de ficción— como expresión, voluntaria o involuntaria, de la interioridad espiritual, afectiva, psicológica o intelectual del escritor, proyectándose sobre la realidad o sobre las fantasías de su mente —en último término o por analogía siempre vinculadas a realidad—; admitir la relatividad o aun insignificancia de nociones como lo verosímil, el decoro, la finalidad didáctica e instructiva, etc.».

Y aquí viene su perfecta definición de Historia fingida, que inserté en el subtítulo de Eufrosina: Si la narración trata de cosas posibles, se tendrá la epopeya, la tragedia, la égloga, la bucólica, la comedia, el diálogo, la sátira o el entremés; si es de cosas imposibles, el apólogo (lo que entendemos por fábula); si es una mezcla de cosas posibles e imposibles que «se representan en una fingida ordenación de tiempo», las novelas o historias fingidas.

Lo cierto es que, como enseña el sabio valenciano, la novela es inseparable, como todos los géneros, de un estado social e intelectual o espiritual del país. Y que vivan los lectores de novelas…, mientras haya país.

Finalmente, como aconseja el divino Horacio: Delectare et prodesee: deleitar y ser útil.

grdgg@live.com.mx

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