Carpe Diem

Verdades

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Se miente más de la cuenta 

por falta de fantasía:

también la verdad se inventa: Antonio Machado.

Las cosas en este país se empalman con la agilidad de leopardo tabasqueño. La constante es el cambio; en el discurso, claro.

Aferrándose a la fantasía, diríase que traer 200 pesos en la cartera es consuelo comparativo con un presidente que trae un Sor Juana en la raída cartera, pero vive con pobreza franciscana en un palacio, ubicado en el corazón de la región más transparente de México, donde cada mes, se erogan 6 millones de pesos en nóminas, consumo de energía eléctrica y agua.

Ahí la matemática choca con la fantasía.

Tampoco checa como se dice en el vulgo, la comparativa intrincadísima de la paridad peso-dólar, cuando nos trata de explicar la fortaleza de la moneda mexicana, en un malabar lingüístico tropical donde afirma que se compra un kilo de tortilla o un litro de gasolina, con menos de un dólar americano.

En el ejercicio diario de la información surge la sesuda pregunta ¿donde comprará la señora Beatriz Gutiérrez Müller las tortillas? ¿le alcanzará un kilo pa´todo el día, habida cuenta que Ricardo Monreal ya no se hace el aparecido en las mañanas, justo a la hora del desayuno y que Jesús Ernesto, el chunco de AMLO anda por Londres?

Pensamientos que rondan en la mente del mexicano ordinario y de a pie, retomados por el redactor, rústico como el que más.

En México sobra la fantasía. La verdad se inventa más allá del imaginario narrativo del poeta Machado. Somos un pueblo acostumbrado a sobrevivir en la irrealidad; por eso las expresiones como la celebración del Día de Muertos son tan populares, festivas y necias.

El bolero cepilla el zapato con fruición ante la amenaza del chipi chipi xalapeño. Le aviento la pregunta del dólar/tortilla/gasolina que navega en la república del meme.

“No jefe, mi niña y yo, entre los dos, nos comemos dos kilos de tortilla al día, uno por cabeza”, responde al tasar los 20 pesos de la boleada, cifra inferior a los 22 pesos del costo del kilo del alimento primerísimo del mexicano, como una cuota insuficiente en la oferta pero imposible de cumplir en la demanda.

“22 pesos no me los pagan, jefe”. El redondeo en contra de las necesidades de un prestador de servicios.

Alguien no nos está diciendo la verdad o de plano somos faquires que andamos con panza de farol, en búsqueda del buen samaritano que se desprenda de 5 o 10 pesos que avienta en la canastita de mimbre y no se lleva el mazapán, venta que el bolero trae como oficio alterno para sobrevivir.

La limosna disfrazada de solidaridad. El transeúnte avienta la moneda como un gesto humanitario; el bolero sabe que no tomará el dulce porque la solidaridad es más grande que el antojo. La acción es un trueque de conciencia. El caminante salva su conciencia, le guiña un ojo a Dios y el bolero sobrevive una jornada más. Una contraprestación abstracta entre lo divino y lo terrenal.

Y el reportero que ve la acción se queda pensando en el dólar, la gasolina, el kilo de tortillas.

En el repaso jerárquico de las noticias del día, piensa en los motivos de Alejandro Encinas cuando dijo que “hay un porcentaje importante, muy importante, que está todo invalidado”, con referencia a las 467 capturas de pantalla que supuestamente se intercambiaron entre sí los criminales de Guerreros Unidos con miembros del Ejército y funcionarios locales, según apuntó un reportaje publicado por el periódico The New York Times.

La realidad sobrepasada por la fantasía fabricada de conversaciones de WhatsApp aparentemente falsas. Aquí lo único cierto, ocho años un mes después de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, es que están muertos.

El discurso para encontrar una verdad monolítica, inquebrantable, que calme a los padres de los muchachos y serene los ánimos del estudiantado de la escuela Raúl Isidro Burgos, se desmorona en esta política whatsappera.

Según lectura de los columnistas del altiplano, al chamaqueado (Carlos Marín dixit) Alejandro Encinas Rodríguez le quedan las horas contadas, en la versión mexicana de Liz Truss, la ex primera ministra del Reino Unido que duró menos en el cargo que una lechuga en marchitarse.

Antes era radio bemba en los pasillos del poder donde se descabezaban funcionarios y se entronizaban a sus adversarios; ahora es el WhatsApp.

Por la red social nos enteramos de pactos inconfesables entre Ricardo Monreal Ávila, quien atraviesa por estertores de muerte en la cuatrote y el cachazudo Alejandro Moreno Cárdenas, dirigente nacional del PRI, quienes complotaron para llevar a David Monreal a la gubernatura de Zacatecas, previo aguijonazo traicionero del alacrán priista.

Por el WhatsApp nos enteremos que la verdadera Reina del Cash es la campechana Laida Sansores, quien ha comprado al chaz chaz, en efe, a golpe de marmaja, desenrollando el pisto, más de 80 propiedades inmobiliarias, según denuncia de ‘Los miércoles del León’, del morenista Alejandro Díaz Durán. Pa’los bueyes del Jaral, los caballos de allá mesmo.

¿En que nos beneficia esta nueva clase política incrustada en la cuatrote? En esencia, en nada; pero monta un circo desquiciante y bizarro que nos entretiene en las larguísimas mañaneras que empoderan con más del sesenta por ciento de aceptación al presidente Andrés Manuel López Obrador.

Lo bueno es que ya no hay corrupción. Se fue de una vez y para siempre del funcionariado que nos gobierna, por decreto.

El morbo cuesta menos que un kilo de tortillas, sobran pennys cuando el trabajador o el microbusero va a llenar el tanque del automóvil o la combi del servicio urbano.

Vaya, en lugar de lanzar una moneda de a veinte pesos mexicanos para la boleada, el café o las tortillas, lanzamos un dólar.

¿Cómo le hará el presidente para vivir con 200 pesos en la cartera, sin tarjeta Saldazo ni cuenta en Elektra? Ayuda, Machado.

Habrá que esperar que otro escandalo revienta en las horas venideras en esta nuestra república del meme.

‘…más libranos del WhatsApp’, recitan militantes y funcionarios de la cuatrote antes de irse a la cama.

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