Encuentros

Los terribles dioses

En esta catequesis de la Ilíada, llama mucho la atención, no solo de quien se inicia en la lectura de esta genial obra de Homero sino de cualquier lector, la forma tan curiosa en que el autor (o recopilador) de esta historia se asoma al Olimpo y nos narra el conflicto olímpico  que se suscitó entre los dioses con motivo de la guerra de Troya.

Después de la imploración que Homero hace a la diosa inspiradora de su canto, en la cual de una vez por todas nos dice de qué asunto versará toda esta aventura, nos introduce subrepticiamente al palacio en donde los dioses están enfrascados en un combate celestial.

Resulta que ante Zeus-Júpiter, el dios supremo que reina olímpicamente en su palacio, en donde se recrea «amontonando nubes», llega la diosa Atenea a quejarse de que su protegido Aquiles ha sido agredido por el soberbio Agamenón.

Sabemos que la guerra entre aqueos (argivos o dánaos) y troyanos (o teucros) se ha desatado por una pelea entre tres diosas. Cuando los dioses celebraban en el Olimpo las bodas de Peleo y Tetis (madre de Aquiles), en el hermoso jardín de las Hespérides rebosante de manzanas de oro, tres grandes divinidades platicaban muy amigablemente. Hera (Juno), que era nada más y nada menos que la celosísima y poderosa esposa de Zeus, Palas Atenea-Minerva, la diosa de la sabiduría, nacida directamente de la cabeza de Zeus, y la diosa de la hermosura y el amor: Venus-Afrodita.

Al festejo fueron invitados todos los dioses, menos Eris, la Discordia. Como era lo esperado, metió la cizaña al ver a las diosas tan animadas en su plática. Eris tomó una de las manzanas y se la arrojó con esta perversa dedicatoria: para la más hermosa. Obvio, el pleito se armó entre las tres divinidades. Como no había acuerdo posible, invitaron a emitir juicio a un pastor, Paris-Alejandro, hijo de Príamo, rey de Troya. Cada diosa intentó conseguir ser la elegida y (costumbre ya desde entonces muy arraigada), ofreció lo que estaba en sus manos: Hera, poder y riqueza, Atenea, inteligencia y gloria en la guerra, y Venus, a la más hermosa de las mujeres. Es de adivinarse que Paris entregó la manzana de oro a Venus. Y esta le cumplió en exceso al poco tiempo, estando Paris de visita en casa de Menelao, rey de Esparta y hermano del poderoso Agamenón. Allí vio a Helena, esposa de Menelao, y sin pensarlo dos veces Paris pidió a Afrodita que cumpliera su promesa, pues allí estaba la más hermosa de las mujeres. Afrodita convenció a Helena (sin mucha reticencia) que se fugara con el troyano. Helena no lo pensó mucho y Paris tuvo la suerte de llevarla consigo a Troya. Y ahí terminó la amistad entre los aqueos y los troyanos, pues el prudente Ulises-Odiseo había convencido a los innumerables aqueos pretendientes de Helena (antes de casarse con Menelao) de que todos defenderían a la bella mujer que era símbolo de todos los griegos (los helenos), si alguien se atrevía a ofenderla.

Ahí ardió Troya: todos los que habían pretendido a Helena eran reyes de pueblos aqueos, argivos, y cumplieron su promesa. Bajo el mandato de Agamenón, elegido comandante supremo de todo el ejército aqueo, se subieron a las cóncavas naves y emprendieron el viaje al Helesponto para iniciar una sangrienta batalla que duró nueve años y culminó con la destrucción de Troya.

Este suceso propiciado por la cizañosa diosa Eris y que dividió a las tres poderosas diosas del Olimpo, ocasionó que cada una tomara partido por uno u otro bando: Afrodita, por supuesto, apoyó a los troyanos, Apolo también, porque desde el principio se enfureció contra los aqueos porque Agamenón tomó por esclava a Criseida, la hija de Crises, sacerdote de Apolo. A los aqueos los apoyó Hera, quien poco podía hacer porque su esposo Zeus le tenía marcado el paso, y Minerva-Atenea, por ser la diosa cuyo templo fue erigido en la Acrópolis y de quien tomaron su apelativo los atenienses. Además, Hera y Atenea celaban que Afrodita fuera la diosa preferida de Zeus…

¿Y Zeus? Zeus-Júpiter era el titán más poderoso, padre de dioses y hombres, que se aupó al trono cuando, en contubernio con su madre Rea-Ope, destronó a Cronos-Saturno, a quien antes había proporcionado una poción que lo hizo vomitar a los demás titanes que había devorado. Ya dios supremo hizo de las suyas, tuvo infinidad de amantes entre diosas, semidiosas y mujeres, de tal modo que su esposa Hera-Juno, que le conocía todas sus mañas, lo celaba con apasionado afán. Zeus, en contrapartida, no le tenía total confianza, le impedía conocer de antemano sus intenciones y constantemente reñía con ella.

Homero, en la primera Rapsodia, narra el enfrentamiento que ambos tuvieron con motivo de la guerra entre aqueos y troyanos. Episodio hilarante, pues Homero no tiene empacho en mostrar a los dioses con todos sus poderes y sus terribles caprichos…

Pero esto es otra historia. 

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