La raclette constituye un platillo típico de montaña que, en las ciudades, se consume exclusivamente en invierno. Si no se cuenta con una chimenea en casa, lo que es el caso de los actuales departamentos parisinos, se debe contar entonces con un aparato para raclette. Este cuenta con una placa que se calienta eléctricamente, en ella se colocan unos diminutos sartencitos que cada comensal rellena a su gusto.
Los ingredientes principales son el queso de raclette cortado en rebanadas, pequeñas papas jóvenes y los embutidos diversos entre los que se cuentan el jamón seco, el jamón blanco, la coppa –embutido elaborado a partir del músculo cervical de toro-, la carne de Grison –hecha en Suiza a partir del muslo del bovino con sales, hierbas de los Alpes y especias-. Para aligerar tanta proteína se sirven verduras diversas. Entre las más utilizadas se encuentran el brócoli, los champiñones blancos y yo personalmente incluyo hinojo en rebanadas, lo que aporta un delicioso perfume de anís.
Este platillo invita a la convivialidad porque todos los comensales participan en su elaboración, intercambiando ingredientes, calentando sus sartencitos y vertiendo el contenido en sus platos entre la conversación y a veces la risa, pues siempre hay alguien que olvida su sartén en la placa y se encuentra con el queso más frito que fundido. La raclette se acompaña con un vino blanco ligero, fresco pero jamás helado. ¡Salud y buen provecho!